viernes, 29 de abril de 2016

REFLEXIONES ANIMALES

Clara Riveros Sosa

“Acaso cada hormiga que pisamos / es única ante Dios, que la precisa / para la ejecución de las puntuales / leyes que rigen Su curioso mundo. / Si así no fuera, el universo entero / sería un error y un oneroso caos.”
Fragmento de Poema de la cantidad de Jorge Luis Borges




Son nuestros hermanos mayores. Nos llevan unos cuantos millones de años de ventaja. Atesoran, por lo tanto, una experiencia muchísimo mayor en la compleja cuestión de vivir sobre este mundo. Cuando alguna vez pretendimos negar tan estrecho parentesco, la genética nos llamó al orden y confirmó que apenas estamos separados de ellos por unos escasos, minúsculos cromosomas. Y las profundas semejanzas, no indican solamente un origen en común sino también idéntica susceptibilidad a sufrir parecidas contingencias y estar destinados, asimismo, a un destino compartido.
Si todavía consideramos humillante reconocer a estos familiares cercanos, usaremos sin duda la palabra animal como insulto y el vocablo humano como un calificativo sinónimo de bondadoso, generoso, compasivo, comprensivo…en una completa falta de autocrítica. Basta echar un somero vistazo al estado en que dejamos el planeta tras nuestro breve paso por él y las pésimas relaciones que establecemos con nuestros propios congéneres para sospechar que nos proporciona un alivio inmenso depositar sobre los otros lo peor que hallamos en nosotros mismos y no deseamos asumir. La condición de pensante y sapiens no tiene ninguna razón para ser fuente de soberbia, pero impone, eso sí, una pesada carga de responsabilidades. La capacidad de tender una mirada hacia el futuro y de prever consecuencias conlleva la obligación de responder de nuestros actos y de hacernos merecedores de esas cualidades tan hermosas que nos atribuimos.
La mayor parte de las veces la existencia de otros seres vivos ni siquiera es tenida en cuenta
en proyectos y decisiones. La caza supuestamente deportiva se vuelve a menudo el tiro de gracia
luego del exterminio consumado por la contaminación, la desaparición de sus hábitat y la vertiginosa reducción de la biodiversidad. No se los recuerda y se los descarta con la ligereza de un
relojero loco que tirase las piezas que no le interesan o que no sabe para qué sirven. Después -qué sorpresa- algo empieza a funcionar mal.
Con todo apresuramiento condenamos como plagas a ciertas especies que nos ocasionan molestias, sin habernos detenido antes a analizar y gestionar de manera inteligente la interacción con ellas. Haberlas decretado plagas equivale a una sentencia de aniquilación lisa y llana. A corto, mediano o largo plazo se corporizan resultados negativos, algunos pronosticables, otros absolutamente imprevistos que, con demasiada frecuencia, se vuelven en contra hasta de aquéllos que los promovieron.
¿Ponemos excesiva esperanza en pedir respeto por los otros, sensatez y amor por la vida a una especie que poco y nada cuida de sí misma?
Los animales, así nos resulten feroces, tímidos, útiles, inquietantes o amigables, lo son en completa inocencia. Mientras, constituyen para nosotros una fuente inagotable de conocimientos, compañía, contemplación, placer estético, música, poesía, bienestar físico y espiritual y también de aprendizaje y reflexión sobre la propia naturaleza humana.


jueves, 21 de abril de 2016

NO JUGAMOS DE VISITANTES

de Clara Riveros Sosa


El Día de la Tierra que se conmemora el 22 de abril podría suponerse, ignorando su origen, como la ocasión mayor para celebrar, con alegría y profunda gratitud, la dicha de ser nativos y residentes de este planeta extraordinario y beneficiarios de sus innumerables dones. Por contraste, el corazón se nos encoge al observar las imágenes, transmitidas por naves espaciales, que muestran otros mundos de alucinante desolación, fascinantes, sin duda, pero tan poco hospitalarios como una inmensa pesadilla. Evidentemente, ninguno de esos sitios lejanos es nuestro hogar.
Se vuelve muy penoso recordar que el Día de la Tierra no cumple propósitos festivos –como ojalá fuera- sino que consiste en una jornada anual fijada para crear conciencia acerca del daño descomunal que le venimos causando a la única patria que tenemos en el universo, y con ella a nuestros semejantes y a nosotros mismos. Pero también y fundamentalmente da lugar a que la reflexión nos lleve, lo más pronto posible, a tomar el buen camino.

Sin duda, no basta con un día especial, ni tampoco bastó con los cuarenta y cuatro años transcurridos desde que se lo estableciera. De entonces para acá la destrucción, en vez de disminuir, se ha venido acelerando a un ritmo alarmante. 
Fue celebrado internacionalmente por primera vez el 22 de abril de 1970, a partir de una iniciativa del senador Gaylord Nelson, activista ambiental, popular para la creación de una agenda ambiental. En esa convocatoria participaron dos mil universidades, diez mil escuelas primarias y secundarias y centenares de comunidades. La presión social tuvo sus logros y el gobierno de los Estados Unidos creó la Environmental Protection Agency (Agencia de Protección Ambiental) y una serie de leyes destinada a la protección del medio ambiente.
Tenemos que considerar que en este planeta no jugamos de visitantes; la estadía de cada uno dura todo el tiempo de cada existencia individual, pero no es un “toco y me voy” porque, al término de nuestros días, dejamos a nuestros descendientes como rehenes de los desatinos que cometimos o tal vez –de nosotros depende- como herederos y continuadores de un rescate que debimos comenzar ayer. Todavía se puede. 

lunes, 18 de abril de 2016

LOS ÁRBOLES DE LA VIDA

                                                                              Clara Riveros Sosa
"De qué sirve una casa si no se cuenta con un planeta tolerable donde situarla".
 Henry David Thoreau (1817 –1862). Escritor y  filósofo estadounidense.

Cuatro años atrás, mucho antes de la primavera, algunos árboles de la ciudad aparecieron de pronto exhibiendo unos extraños brotes multicolores. Ni flores ni frutos: entusiastas grupos de jóvenes artistas (o por lo menos con almas jóvenes y de artistas) los adornaron con tejidos y adornos que envuelven parte de troncos y ramas o cuelgan alegremente de las copas. Tan insólita vestimenta obligaba a los transeúntes distraídos a levantar la vista y, por mayoría, sólo a partir de ese momento tomaron nota de la existencia de tan  bellos ejemplares bajo los cuales circulaban a diario durante años. 

El liviano ropaje con que los han  señalado resalta y alegra sus presencias y no humilla ni daña a los árboles como los carteles, los pasacalles, los ganchos para colgar las bolsas de basura y otros agravios que se consuman con total liviandad e impunidad. Justamente, esta cruzada urbana que así  los expuso a las sorprendidas miradas de los resistencianos, se encontraba empeñada en llamar la atención sobre el valioso patrimonio verde y sombreado que compartimos y en intentar que se reviertiesen las habituales costumbres predatorias con que se  lo afecta y destruye, aquí, en una ciudad de intensos y prolongados veranos, en una capital cada vez más acalorada y también cada vez más, sellada por el cemento.   Con esta sonrisa que les colocaron a los árboles, con actos de resistencia ante la podas y talas insensatas y con performances e intervenciones concientizadoras, actos acompañados de reclamos a las autoridades tanto como de apelaciones a la ciudadanía, deseaban y esperaban detener el maltrato y la devastación que se les infligía – se les inflige-  a estos seres vivos y bellísimos, terráqueos como nosotros, solidarios “culpables” junto a las praderas oceánicas de algas, de la hechura de la benigna atmósfera terrestre que dio cabida a una vida inexistente en otros planetas, sin olvidar cuánto enriquecen, además,  la calidad de la nuestra.

Casi como una constante, siempre que se quiere defender a los árboles (lo mismo ocurre con los bosques,  los animales silvestres, los paisajes y  tanto más) para no ser tachados de románticos (¿es ésa una descalificación?) se recurre a enumerar las innumerables ventajas prácticas y tangibles  que acarrea su presencia. Como con cierto pudor suelen  descartarse las referencias a su belleza y al equilibrio espiritual que fluye cuando coexistimos con la naturaleza y quedan al alcance de nuestros sentidos sus más admirables expresiones, grandes y pequeñas.  Y eso es real y sucede porque somos naturaleza y en ella nos sentimos bien. Digan si no, quién, deseando relajarse, programaría un picnic en medio de la concurridísima calle peatonal o planearía pasar unas fantásticas vacaciones en un departamento del microcentro.  Por el contrario, quién  no ha experimentado paz y plenitud contemplando un atardecer sobre el río, cuando el viento se duerme y sólo murmura el agua; o no ha llevado a sus hijos a corretear en un área verde mientras los vigila tranquilamente recostándose en un tronco amable.  Serán quizá unas pocas horas pero suficientes para devolvernos a la vida urbana y a las urgencias diarias con recuperada energía...y con más ganas de repetir tales vivencias.   

Personalmente, pocas tareas me caen menos simpáticas que refregar ollas, sin embargo no recuerdo haberlo hecho nunca tan a gusto como en cierto tiempo en que la ventana de la cocina me enfrentaba a la inmediata ladera de un cerro verde y empinado.  Y hoy es un placer cotidiano que ramas y aves libres, siempre cambiantes, rocen los cristales del piso alto en que vivo.

Supe de personas que, cuando permanecieron internadas en salas de terapia intensiva, se sintieron beneficiadas al estar  sus camas ubicadas junto a ventanas que dejaban pasar la luz del día y por  las que ¡asomaba un árbol!  No perdieron la conciencia del tiempo (veían su transcurso) y estaban pendientes de las brisas que movían el follaje, de los brotes que se abrían y de algunos pájaros que se posaban. Mientras, ellas se evadían del mundo de sufrimientos en que se hallaban inmersas y cobraban interés en el ambiente de afuera y fuerzas para regresar a él.

Insistimos con Thoreau: "Hay momentos en que toda la ansiedad y el esfuerzo acumulados se sosiegan en la infinita indolencia y reposo de la naturaleza".

La figura del árbol, con sus raíces en lo profundo de la tierra y su copa que tiende al cielo, suscita la inmediata imagen de un puente que conecta ambos niveles del universo. Los pueblos antiguos la entendieron como tal y la presencia del árbol cósmico se reitera en diversas y distantes culturas como maravillosa vía de doble mano y como representación y compendio del enigma de la vida.  Mircea Eliade, el prestigioso historiador de las religiones, lo expresa así: “…el misterio de la inagotable aparición de la Vida va acorde con la rítmica renovación del Cosmos. Por esta razón se concibe al Cosmos como a un árbol gigante: el modo de ser del Cosmos y sobre todo su capacidad de regenerarse sin fin, se expresa simbólicamente en la vida del árbol.  

En esta época, arrasadora de todo lo sagrado, la atención constante de los ambientalistas puesta en estos seres naturales ha sido ridiculizada en muchas ocasiones queriendo mostrarla como una especie de idolatría del árbol. Obviamente que esas manifestaciones provienen de una escasez de inteligencia y sensibilidad o bien de intereses en pugna con la existencia de árboles y bosques.

Bienvenidos entonces todos los esfuerzos de la gente con sensibilidad ambiental por rescatar y conservar aquello que embellece, sana y eleva la vida. Nos acucian, sin embargo, ciertas inquietudes ¿Defenderemos, amén de los montes y selvas, solamente la forestación  alineada en calles y paseos públicos o nos tendríamos que extender a los pulmones de manzana, cada vez más desprovistos de todo verdor y más impermeables, tristes y sofocantes, cubiertos de construcciones y baldosas?  Y ¿dónde pondremos los muchísimos árboles que necesitamos desesperadamente para mejorar el clima urbano, haciéndole frente a la mega “isla de calor” en que hemos convertido a Resistencia (y a toda la región)? ¿Dónde, si desaparecen -uno tras otro- los espacios verdes devorados por la codicia inmobiliaria?

Hace unos años, las condiciones del ambiente de Resistencia hubiesen facilitado la instrumentación de una reserva natural urbana (o de varias), propuesta nada utópica por lo poco gravoso y casi austero del equipamiento y mantenimiento que requiere y por la preexistencia de lagunas naturales con su invalorable aporte paisajístico y húmedo. Pero ¿qué espacios aun quedan disponibles para dicha reserva? ¿Qué lagunas persisten que no estén reducidas a su mínima expresión, casi de muestra, y cuya vegetación y fauna autóctonas no hayan sido ahuyentadas o exterminadas? Y, dentro del ejido de la ciudad, de los escasísimos terrenos que aún subsisten en condiciones naturales ¿sobre cuál no se cierne la amenaza inmediata de su arrasamiento?   

Muchas ciudades de Europa, nada beneficiadas como la nuestra con suelos y clima aptos para tal fin, y carentes de tan abundante biodiversidad, han incluido reservas naturales no sólo en la periferia sino inmersas en plena trama urbana. En todos los casos se las instrumentó y gestionó en abierto diálogo y participación con la comunidad, y se las creó a partir de terrenos que, la mayor parte de las veces, no fueron rescatados sino completamente reconstituidos (incluso levantando cemento), hasta lograr muestras representativas del ambiente natural de antaño. Esos refugios son mantenidos con manejos adecuadamente planificados y mediante la colaboración de voluntarios, estudiantes y científicos que no vacilan en acudir debido a la activa política de integración con la sociedad que lleva a la práctica la administración de cada reserva. Los visitantes de esas áreas tan especiales, tanto locales como forasteros, las recorren con gran comodidad: se hallan muy cerca de sus hogares o alojamientos.   

Con algo de vida silvestre todavía a nuestro alrededor, es una grave omisión haber consentido en la pérdida de espacios que podrían haber representado un impacto positivo e importante en e  desarrollo auténticamente sustentable de la ciudad, en su educación, en su sensibilización, y como medio de percibir y comprender el ambiente, única vía para llevar adelante acciones en su favor y mejora.  

Ningún habitante de la ciudad entenderá cabalmente lo que representa un bosque si jamás disfrutó de la vivencia de internarse en uno, y –peor- si los bosques que aún se conservan le van quedando cada vez más lejanos, más devastados y desprovistos de su esplendor original. A menos que esto sea a lo que se quería llegar.

Un árbol vestido al natural en el Parque Caraguatá.


sábado, 16 de abril de 2016

Visitamos nuevamente el Caraguatá

En una fugaz visita por el Caraguatá,  registramos unas 24 especies de aves en menos de una hora de recorrer sus caminos internos.

Además, como es habitual allí, una familia de monos Carayá (Alouatta caraya) nos observaba y vigilaba muy recelosa por la presencia de hembras con crías pequeñas.

Y para sorpresa nuestra, nos cruzamos con un Sapito de Colores Chaqueño (Melanophryniscus klappenbachi) y una Rana Trepadora Chaqueña (Hypsiboas raniceps) que no se encontraba aún en los listados de las especies del parque.

Eso nos demuestra una vez más el gran potencial de conservación del sitio, y la posibilidad única para convertirse en una gran Reserva Natural Urbana como  cuentan las grandes urbes del mundo entero.

Golondrinas pardas (Progne tapera) posadas sobre los cables 


Jilguero dorada (Sicalis flaveola)

Paisajes del Caraguatá

Paisajes del Caraguatá

Chotoy (Schoeniophylax phryganophilus)

Paisajes del Caraguatá

La persona en árbol

Mariposa sobre un canario rojo (Dicliptera tweediana Nees.)


Macho de mono carayá (Alouatta caraya).

Hembra de mono carayá (Alouatta caraya) con cría

Surucuá común (Trogon surrucura)

Sapito de colores cahqueño (Melanophryniscus klappenbachi)

Rana trepadora chaqueña (Hypsiboas raniceps).

Burlisto cola castaña (Myiarchus tyrannulus)

Paisajes del Caraguatá

Para ver la lista completa de aves observadas en la corta salida:
http://ebird.org/ebird/view/checklist?subID=S28983079

Fotos: Patricio Cowper Coles y Carina Suaréz

jueves, 14 de abril de 2016

Gran Día Mundial de Observación de Aves

Ya se aproxima el mayor evento de observación de aves del mundo.


Este 14 de mayo de 2016, celebraremos el segundo Gran Día Mundial de Observación de Aves. Necesitamos tu ayuda para hacerlo el día más importante en la historia de la observación de aves a nivel mundial. Con menos de un mes hasta ese día, ¡es el momento para empezar!

Visita las siguientes páginas para obtener más información sobre el evento:
 

Portal oficial del GRAN DÍA MUNDIAL
http://ebird.org/content/ebird/globalbigday-es/?lang=es


Sé parte del GRAN DÍA MUNDIAL
http://ebird.org/…/sit…/55/Se-parte-del-Gran-Dia-Mundial.pdf

Comparte el GRAN DÍA con tus amigos
http://ebird.org/…/Comparte-el-Gran-Día-Mundial-con-tus-am…

¡Esperamos tu participación!