sábado, 3 de diciembre de 2016

Ganadores del Concurso de Fotografía "Aves del Chaco"

COMUNICADO

El jurado del Concurso de Fotografía "Aves del Chaco" informa las fotografías que resultaron ganadoras.

¡FELICITACIONES A LOS GANADORES! 
Y GRACIAS A TODOS LOS PARTICIPANTES


CATEGORÍA "Mejor fotografía de aves y sus ambientes"

PRIMER PREMIO: para Mercedes Isabel Vivero Barrios
Ejemplar de caracolero (Rostrhamus sociabilis) tras capturar su presa.

SEGUNDO PREMIO: para Roberto Attias
Ejemplar de garcita blanca (Egretta thula) tras un intento fallido en la captura de su presa.



TERCER PREMIO: para Hugo Contin
Ejemplar de angú (Donacobius atricapillus) posado sobre un pirí (Cyperus giganteus).


NO SE PRESENTARON FOTOGRAFÍAS EN LA CATEGORÍA "Mejor registro".

El jurado decidió otorgar menciones especiales a fotografías que por sus composición o por resultar especies difíciles de observar, merecían su difusión y exhibición para fomentar la conservación de las aves y sus ambiente en la provincia del Chaco.

MENCIÓN ESPECIAL
Una lechucita de la vizcahera (Athene cunicularia) con su particular mirada desafiante.

MENCIÓN ESPECIAL
Un ejemplar de añapero boreal (Chordeiles minor), especie de difícil observación.




viernes, 2 de diciembre de 2016

Entrega de premios del Concurso de Dibujo y Cartapesta "Un ave para el Chaco"

Hoy por la mañana realizamos el acto de entrega de los premios del Concurso de Dibujo y Cartapesta "Un ave para el Chaco", organizado por el Museo de Ciencias Naturales "A. G. Schulz", con quien trabajamos en conjunto para elegir a nuestra Ave Provincial del Chaco. Un aporte importante ha sido la participación de los chicos de toda la provincia con sus dibujos y cartapestas. 

¡Gracias a todas los directivos de las escuelas y docentes que se involucraron con el concurso!

Además se leyó el Decreto Nº 2314 del 24 de Octubre de 2016, por el el cual declara de Interés Provincial la Consagración de la especie Loro Hablador (Amazona aestiva) como AVE DE LA PROVINCIA DEL CHACO.
#AveProvincialdelChaco



























miércoles, 23 de noviembre de 2016

EL JUSTO EQUILIBRIO

Clara Riveros Sosa

El ambientalismo surgió deseoso de que el ser humano se sintiera integrado con el medio, que se entendiera a sí mismo como parte de él, conectado con todo lo que contiene, y que comprendiera
entonces que esas relaciones de ida y vuelta deben necesariamente ser justas, equitativas – responsables, por su parte-, para que la vida no sólo continúe sino para que valga la pena. Lástima grande que el ambientalismo no haya sido desde siempre una idea corriente, una convicción arraigada y, en todos los órdenes, una práctica habitual que nos facilitara la existencia. Muy por el contrario, debió aparecer como una obligada reacción ante los daños, muchas veces irreversibles, que nuestra especie le infiere al planeta. Por eso todavía quedan unos cuantos que ven a los ambientalistas como a unos obsesivos profetas de catástrofes, ingrato papel que nunca hubiesen querido asumir, aunque el mensaje sea absolutamente necesario, no para sembrar pánico sino para que nos guíe la esperanza de que si todos, una vez advertidos, tomamos cuanto antes las medidas apropiadas para detener los atropellos y restaurar cuanto se pueda, se nos abre una buena oportunidad.
Justamente, para no ser tachada de ave de mal agüero desde antes de que leyeran esta nota, no la titulé como había pensado en un principio: El Ará iyapí, es decir “el fin del mundo”, en guaraní. Lo que en realidad pretendía –y pretendo- es ofrecerles tan sólo una muestra de la sutil comprensión aborigen respecto de la unidad del universo y de las consecuencias de alterar sus complicados enlaces.
El murciélago es un animalito que no le cae demasiado simpático a casi nadie (al menos hasta que uno empieza a conocer algunas particularidades de su vida). No le hacen mucho favor su aspecto inquietante (así sean de los que sólo se alimentan de insectos, flores o frutos, que son la abrumadora mayoría), sus hábitos nocturnos, la mala fama que le dan los chupadores de sangre (apenas 3 entre 1000 especies que hay en el mundo) y las leyendas siniestras como la de Drácula. Con Batman no alcanzó para mejorar su imagen, pese al papel real que desempeñan, beneficioso en la naturaleza como sensacionales controladores de insectos, polinizadores de flores y dispersores de semillas.
Los guaraníes no eran ajenos a esa aversión que espontáneamente causan estos extraños mamíferos alados. A pesar de ello nunca se les ocurrió perseguirlos ni eliminarlos. Para ellos el mbopí (murciélago) era la representación del ará iyapí, el fin del mundo. Cuando aparece representado en la decoración de su alfarería, suele estar junto a su predador natural, el ñacurutú, el más grande de los búhos.
De acuerdo a los relatos que recogiera en el siglo pasado el prestigioso especialista Lázaro Flury, llegará el día en que aparecerá el Murciélago gigante que se tragará a todos los seres de este mundo, extinguiendo la vida para siempre. El requisito previo para que pueda sobrevenir tal calamidad es que antes se produzca una extraordinaria superpoblación de murciélagos comunes que colmen la Tierra. Sin esa circunstancia la terrible conclusión no tendrá lugar. Tiene que producirse ese desfasaje para que a partir de allí haga su aparición el gran exterminador.
Dicen los guaraníes que por eso Dios, previsor, puso en la naturaleza a la vez que al murciélago, al ñacurutú y al urucureá (lechuza), porque estos dos últimos dan cazan a algunos ejemplares del primero, evitando así que se multipliquen en exceso y postergando de ese modo el fin de los tiempos.
Según los dichos de los aborígenes, está siempre pendiente la amenaza de que algún día, porque queden pocos búhos y lechuzas, porque estén débiles o enfermos, o bien porque todos se hayan muerto, nada frenará la desmedida proliferación de los murciélagos chicos, y con ella, la venida del Murciélago grande y del Ará Iyapí.
Ambientalistas, ecologistas y conservacionistas puestos a exprimirse el cerebro tratando de crear una parábola más ilustrativa acerca del equilibrio dinámico en la naturaleza y de los desastres que provoca alterarlo –y no sólo tratándose de lechuzas y murciélagos- muy difícilmente hubiesen hallado una forma tan perfecta de expresar y transmitir su mensaje. Y este mito no resulta demasiado oscuro, ni difícil de desentrañar, ni puro mito tampoco.


Ejemplar de lechuzón orejudo (Asio clamator). Urukure`a y el ñacurutú, en la mitología guaraní son quienes evitarían la llegada del Ará iyapí.


Fuente: Leyendas americanas. Lázaro Flury. Colección Ceibo. Edit. Ciordia & Rodríguez. Buenos Aires. 1951

lunes, 26 de septiembre de 2016

LAS AVES EN LA CULTURA

Desde siempre los humanos hemos compartido el mundo con las otras especies de animales, ésas de las que pretendemos diferenciarnos autodenominándonos sapiens. Es más, ellos fueron nuestros antecesores por muchos millones de años. En realidad, pertenecemos a una especie arrogante pero advenediza.
Por siempre los animales nos han inspirado fascinación, curiosidad, muchísimo temor al tratarse de los depredadores o sospechosos de serlo; a la par de que nos generaron un interés intensamente dependiente todos aquellos que nos proporcionaban alimento por medio de la caza, esa riesgosa actividad que decreció por vía de la domesticación. Con esta última y exitosa estrategia imprimimos un cambio contundente tanto a la vida humana como a la existencia de los animales que logramos amansar. De este modo conseguimos tenerlos disponibles, próximos a nuestros hogares -hasta habitando en ellos- y pasamos a descubrirles una cantidad de utilidades más que nada tienen que ver con la comida y que no implican la necesidad de sacrificarlos.
Más allá de esta relación signada por conveniencias, en el mundo entero y en incontables casos, las características y capacidades propias de ciertos animales no sólo atraparon la atención de nuestros antiguos congéneres sino que además suscitaron su envidia admirativa y un respeto reverencial ligado a la creencia de que poseían poderes sobrenaturales, que mantenían relación con los dioses o, en ocasiones, que las mismas deidades se encarnaban en ellos.
En ese contexto, pocos animales han despertado tanto asombro y embeleso como las aves: ellas poseen la muelle suavidad del plumaje y comparten con los humanos la calidez corporal; muchas emiten la primera música habida en la naturaleza y nos acarician el oído con sus voces; otras tantas ofrecen unas imágenes bellísimas y colores maravillosos. Pero ninguna de esas dotes, por deslumbrantes que resulten, pueden compararse a su atractivo máximo: la magia soberana del vuelo.
Despegarnos del suelo impelidos nada más que por el propio cuerpo, remontarnos a las alturas, cruzar de un continente a otro, atravesar océanos y cordilleras, mirar la Tierra desde lo alto, son experiencias intensamente ambicionadas por la humanidad entera y sólo posibles en medio de los sueños compartidos por todos los tiempos y todas las culturas. Con tal ansia incumplida de vuelo y libertad, optamos entonces por proyectarla en los superhéroes, dueños de ese poder especial que despliegan en series, historietas y películas o también, de acometer algún intento en la danza.
Es cierto que hay aves que no vuelan, pero son las menos y se lucen con otras cualidades, en tanto que las que sí se desplazan por las alturas arrebatan la imaginación de manera arrasadora...el vuelo nos eleva, hasta por puro placer de contemplación.
Parece natural entonces que las aves hayan sido consideradas mensajeros de los dioses, que en la mitología y las representaciones artísticas griegas la lechuza (Athene noctua), que acompañaba a Atenea, encarnara la sabiduría; que los aborígenes de nuestra región se mantengan aun atentos a los avisos que les dan las aves sobre acontecimientos próximos; que el picaflor condujera al cielo las almas de los guerreros guaraníes muertos en combate y que, en cambio, según los nahuas, el colibrí se ocupara de traer de regreso al mundo a las víctimas de sacrificios; que el picaflor o colibrí –tan exclusivo de América- tuviera asimismo un protagonismo decisivo en muchas creencias indígenas dentro de diferentes geografías del continente y representara un aspecto de la energía del sol; que las águilas hayan sido y sean emblema de poder y aparezcan como tales en banderas y escudos de diversas naciones; que Hermes (Mercurio para los romanos), mensajero entre sus pares del Olimpo, se desplazara en el espacio por medio de sandalias aladas como pájaros; que la lechuza, urucureá en guaraní, tuviera a su cargo impedir el fin del mundo cuidando el equilibrio entre especies; sin olvidar al guacamayo mágico presente en el Popol Vuh de los mayas; ni a los zopilotes (jotes) que esos mismos pueblos vinculaban con el inframundo; ni a los también mágicos pájaros persas; ni a nuestro crespín, que en guaraní es che-sy que significa “mi madre” y se dice que es el llamado del alma de un niño que se perdió por desobedecer la recomendación materna; ni al carau – otro que nos juega de local- popularizado en leyenda y chamamé, donde también se arrepiente del abandono filial en que incurrió; y esto va apenas como un botón de muestra pleno de omisiones de esa interminable lista elaborada con aportes de todas las civilizaciones sin excepción.
Hasta aquí estuvimos refiriéndonos a aves de existencia real que adquirieron un status mitológico y no mencionamos aun a las aves o semi-aves que son fruto de la pura imaginación que las combinó con elementos fantásticos y con atributos de otras especies. En tanto, no olvidaremos que la Biblia narra que Noé soltó aves desde su arca para averiguar si ya había tierra firme en algún punto y que la paloma regresó con una ramita de olivo en el pico, constituyéndose así hasta hoy en la universal representación de la paz (Dios da por terminado el castigo). Mientras que en la iconografía cristiana la paloma blanca simboliza al Espíritu Santo.
La astronomía no ha sido la excepción ante tanto arrobamiento frente a las aves: desde tiempos arcaicos la humanidad levantó la vista al cielo nocturno y creyó ver dibujos plasmados por grupos de estrellas: un barco, un perro, un león, un cazador, una balanza, y muchos más, y así dieron nombre a las constelaciones y, entre ellas, no podían faltar las aves, De esa manera contamos con nueve constelaciones que se llaman: Cisne, Águila, Grulla, Ave Fénix y Ave del paraíso, en el hemisferio norte celeste; y en el hemisferio sur celeste: Paloma, Cuervo, Pavo real y Tucán.
La rica trama cultural tejida alrededor de las aves y la admiración general que éstas promueven, han extendido un vasto universo de leyendas, cuentos populares, coplas, refranes y canciones de origen anónimo, a las que se suman representaciones en pinturas, murales, máscaras, esculturas, relieves, adornos, joyas y objetos de uso cotidiano, además de obras literarias y musicales de autores conocidos, y aquí van unos pocos ejemplos entre miles de estas últimas: el concierto de Vivaldi Il cardellino; el lied Oye, oye la alondra de Schubert; El pájaro de fuego, ballet de Stravinsky; El pájaro azul, obra de teatro de Maeterlinck; el poema de Charles Baudelaire El albatros; otro de Samuel Taylor Coleridge titulado Balada del viejo marinero, cuyo protagonista es también un albatros; geográficamente más cerca de aquí, la clásica guarania Pájaro campana y, de vuelta en Corrientes, entre su música folclórica prolífica en melodías dedicadas a las aves, encontramos la polca Pájaro chogüí, y esto, insistimos, sólo por citar algunos. Las voces de las aves son imitadas por instrumentos musicales, por cantantes y por silbadores eximios. Para enaltecer al inolvidable Carlos Gardel se lo llama “el zorzal criollo”; por su humildad, a la cantante Edith Piaf se la recuerda siempre como “el gorrión de París”; y la bella pulpera de Santa Lucía, según dice la tradicional canción, “cantaba como una calandria”; muchas décadas atrás los chicos entonaban las antiguas estrofas de “la pájara pinta” que después María Elena Walsh supo rescatar. En todas las épocas existen grupos musicales que adoptan el nombre de pájaros melodiosos; por sólo nombrar a uno, recordemos al grupo coral tan emblemático de nuestra provincia del Chaco como es el Coro Toba Chelaalapí, cuya denominación, en lengua qom, significa justamente “bandada de zorzales”.
Mal que les pese a las aves, a lo largo de los tiempos fueron raras las épocas y culturas que se privaron de arrebatarles a las aves sus plumas para confeccionar amuletos o emblemas de poder y aprovechar las más bellas para engalanarse.
Sin que nos demos cuenta, las aves revolotean en el lenguaje cotidiano: “ave de paso”; “come como un pajarito” (¡falso! ¡cuánto comen los pajaritos!); “pájaro que comió, voló”; “ave de mal agüero”; “me lo contó un pajarito”; “madruga como el gallo”; “siempre alerta como el teru”; “una golondrina no hace verano”; “levantar la perdiz”; “y dicho con cariño a una criatura: “es mi pichoncito”; o refiriéndose a un hogar feliz: “éste es nuestro nido”. Y nos complace destacar la laboriosidad del hornero -nuestra ave nacional- que trabaja y canta; así también, cuando queremos sacarnos de encima nuestros peores defectos no dudamos en atribuírselos a algún ave: cuervos y buitres, aunque aleguen inocencia, se llevan la peor parte, al igual que esos que ponen el huevo en nido ajeno. Si continuamos buscando más casos seguiríamos casi al infinito. Así como han ocupado todos los continentes las aves han invadido placenteramente la fotografía, el cine, la televisión y los dibujos animados.
A las aves, omnipresentes en el planeta, salvo en el interior de la Antártida, y omnipresentes también en nuestra vida cotidiana, tanto físicamente como en el imaginario y en el lenguaje, las hallamos tanto en las áreas silvestres como en campos y ciudades, en el jardín, en la calle y en la ventana de casa. Las aves forman parte del inmenso y dinámico equilibrio del universo: no deben desaparecer de él porque sería como quitarle una pieza al conjunto de la Vida, es decir a este inconmensurable juego de la yenga en que toda la estructura depende de la parte más pequeña para no venirse abajo, concepto éste muy arraigado en las culturas tradicionales. Las aves nos representan, son señales de identidad de nuestro lugar en el mundo; observarlas, aunque sea por un instante, nos distiende y aleja de las tensiones diarias y, cuando finalmente levantan vuelo, nos obligan a mirar al cielo.

Clara Riveros Sosa

Para COA Guaicurú

Dibujo de un ejemplar de guaicurú realizado por un artista venezolano (Foto: Gustavo A. Leoni)

 Imagen popular de San Francisco de Asís (Foto: Gustavo A. Leoni)

Bolso con diseño de aves  venezolano (Foto: Gustavo A. Leoni)

Partitura de la obra musical "El Tocolote"  (Foto: Gustavo A. Leoni)

Aro con diseño de lechuza  (Foto: Gustavo A. Leoni)

Abre carta con diseño de guacamayo (Foto: Gustavo A. Leoni)

 Escultura en madera de un picaflor elaborado por wichís (Foto: Gustavo A. Leoni)


Escultura con diseño de tucan. (Foto: Gustavo A. Leoni)


Obra del artista wichí Reinaldo Prado  (Foto: Gustavo A. Leoni)



lunes, 29 de agosto de 2016

¡ELLOS LO HICIERON!

Y continúan haciéndolo

Nuestro planeta aun no era “nuestro”. Además de estar permanentemente convulsionado y en ebullición por su propio vulcanismo, recibía el bombardeo constante de meteoritos y hasta el choque devastador de grandes cuerpos celestes y eso sucedía porque no poseía una atmósfera que lo envolviera protectoramente. En su superficie sólo fluían gases irrespirables y tóxicos y regían temperaturas más que hostiles. El ambiente era lo más semejante posible al imaginario clásico del infierno.
Dentro de la gran sopa química de los mares terrestres empezaron en aquel entonces a combinarse sustancias y a producirse reacciones que derivaron en la aparición de ciertas formas microscópicas que, con el tiempo, darían lugar a incipientes manifestaciones de vida. Primero las algas primitivas y luego los vegetales que colonizaron el suelo firme, por medio de un proceso totalmente novedoso que realizaban, la fotosíntesis, fueron creando una atmósfera hasta el punto que ésta llegó a su amigable composición actual que formó un escudo ante las radiaciones del exterior, frenó las lluvias de meteoros que se desintegran ante su resistencia, a la vez que consiguió estabilizar las temperaturas y abrir la posibilidad de que la Vida se diversificara en incontables variantes y se multiplicara hasta lo inconmensurable.
No fue una tarea inicial que la vegetación cumplió únicamente en la Tierra primigenia; las plantas y especialmente su versión más fuerte y notoria, los árboles, continúan, incansablemente, desde hace muchos millones de años, inyectando oxígeno a la atmósfera y secuestrando carbono en el interior de sus cuerpos. Todos, absolutamente todos los seres vivos, existimos y respiramos gracias a ellos. La sola excepción la constituyen apenas unos muy particulares microorganismos llamados extremófilos.
Como para tenerlo siempre en cuenta: sin los árboles, no somos ni seremos; ellos configuran el origen y las columnas de sostén del conjunto de la Vida en el planeta. Por si esa enorme virtud no fuera suficiente, los bosques nativos densos y saludables dan protección contra los rigores del clima, retienen el agua, “sacan de circulación” y absorben a la contaminación atmosférica, generan lluvia, fijan el suelo deteniendo la erosión -resultan por sí mismos verdaderas fábricas de suelos-, frenan a los desiertos, protegen los cauces y las márgenes de los cursos, brindan albergue a tantos otros seres vivos que cada ejemplar se convierte a veces en un reducido ecosistema; proporcionan madera, flores, frutas, sustancias medicinales, fragancias, bienestar físico y psíquico y una gran belleza paisajística, mientras que aportan un carácter identificable a las regiones en que crecen ciertas especies. El agua y las plantas hacen al
paisaje de la Tierra tan único, tan diferente de cuanto planeta se haya logrado detectar hasta ahora en el Universo ¡y hecho a la medida exacta de nuestra especie!
Se entiende que cuando hablamos de bosques nos referimos a los bosques de verdad, no a los cultivos industriales de árboles, donde la biodiversidad se halla ausente, que se plantan con fecha de vencimiento preestablecida y que se alinean como mercaderías en estantes de supermercado.

Los árboles se encuentran tan profundamente enlazados desde siempre a la humanidad (nuestros antepasados más remotos fueron arborícolas) que su verde presencia se halla enraizada y entretejida con la cultura y la espiritualidad. No es casual que veamos a la esperanza de color verde.
Desde la antigüedad muchos pueblos mantuvieron y cuidaron celosamente sus bosques sagrados y aun lo hacen hoy en día. En todas las civilizaciones el árbol ha sido visto siempre como un puente de ida y vuelta entre la Tierra y el Cielo, un camino hacia la divinidad, poseedor de una arquitectura natural que conduce la vista y el alma hacia el infinito. En muchas culturas tradicionales todavía se acostumbra rezar a los espíritus protectores de la naturaleza pidiendo permiso antes de cortar un árbol o de aprovechar una parte de él. En nuestra propia cultura, urbana, desacralizada y, bien podemos decir, desnaturalizada, aprendamos a tratar a los árboles con el mayor respeto porque esa ligazón con ellos que mencionábamos es demasiado concreta: los bosques se encuentran en grave y acelerado retroceso y un planeta con menos árboles ya no podrá sustentar vida.


En el Día del Árbol
Clara Riveros Sosa


Para COA Guaicurú

Lapacho rosado (Handroanthus impetiginosus) embelleciendo nuestros paisajes. Foto: Edel Enggist 

Chañares (Geoffroea decorticans) florecidos. Foto: Edel Enggist

Ejemplar florecido de ceibo chaqueño (Erythrina dominguezii) en los pastizales del Parque Chaqueño. Foto: Patricio Cowper Coles

domingo, 5 de junio de 2016

DÍA DEL AMBIENTE

Por Clara Riveros Sosa
5 de junio

Estamos acotados e impregnados por el ambiente en que vivimos y, en mutua interacción, éste nos condiciona en la misma medida en que, a nuestra vez, lo estamos alterando y transformando. Su futuro es el nuestro.
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Con la esperanza puesta en futuros Días del Ambiente que constituyan una ferviente y gozosa celebración de la Vida.



Hoy es una jornada de conmemoración muy especial para nosotros, como ambientalistas que somos, y para toda la humanidad: el Día del Ambiente.

En 1972, la Asamblea General de las Naciones Unidas estableció al 5 de junio como recordación porque fue la fecha inicial de la Conferencia de Estocolmo, Suecia, sobre Medio Ambiente Humano celebrada ese año. La conferencia significó un hito notable e histórico, ya que nunca antes líderes y representantes de países de todo el mundo se habían reunido para deliberar sobre temas que, hasta entonces, permanecían como subsidiarios y poco dignos de ser tenidos en cuenta, mucho menos con tanta trascendencia y a nivel internacional. Como es de imaginar, la dirigencia mundial no fue impulsada para reunirse a debatir esas cuestiones por ninguna inspiración divina ni de pura buena voluntad sino porque la situación del ambiente global ya había vuelto imperioso poner esos problemas sobre la mesa y encontrar urgentes vías de salida.

Consideramos que desde entonces se avanzó bastante en cuanto a instalar la cuestión ambiental en los primeros planos y en la conciencia pública, a la vez que en hacerla eje cada vez más frecuente de los discursos oficiales –o, al menos, referencia necesaria en ellos- siquiera para hacer gala de la debida y aparente corrección política. Dicho esto porque continúa en gran escala la destrucción del ambiente, pero ahora ya no se la comete con total ignorancia y rara vez a cara descubierta, sino con plena mala conciencia y tratando de disimularla o bien de justificarla tras supuestos beneficios, generalmente económicos. Dichas utilidades suelen ser ciertas, sólo que de muy corto plazo, y no van a parar a las comunidades que recibieron los anuncios de supuesta prosperidad, sino que son encaminadas de antemano a concentrarse en algunas cuentas bancarias.

Desde aquel año de 1972 se han logrado la sanción de leyes y normas y el consenso y la firma de diversos acuerdos y protocolos internacionales, todos en beneficio del ambiente, por más que los objetivos fijados y el eficaz cumplimiento de lo dispuesto no lleguen a concretarse cabalmente, se los demore o incluso se los distorsione, pero eso sí, esas normativas constituyen óptimas bases para implementar la defensa del ambiente o exigir su restauración, sin olvidar que nuestras constituciones (nacional y provincial) consideran un deber ciudadano ejercer esa defensa.

Por regla general, las dirigencias en su conjunto y la dirigencia política en particular no se interesan en los temas ambientales salvo en momentos muy puntuales, como durante la coyuntura de un conflicto que no se puede soslayar sin costo (político, claro está), cuando estallan movimientos sociales por asuntos relacionados con los recursos naturales, o bien porque grupos de ciudadanos locales manifiestan con intensidad y persistencia sus reclamos ante una afectación ambiental y lo llevan a cabo a un extremo que se torna inocultable.

Hasta cuando con ocasional buena fe funcionarios y gobernantes pretenden incursionar en el área con legislaciones o proyectos bienintencionados, suelen cometer gruesos errores porque, aun provistos de información y estadísticas, no acceden a los conceptos de fondo. Tampoco les queda claro que la ecología no se encuentra comprimida en una disciplina cerrada sino que las trasciende a todas y que es abarcadora, holística. Esta idea también resulta de difícil aprehensión para la mayoría, lo que se extiende frecuentemente hasta a algunos ámbitos académicos. Entretanto, ciertas nociones básicas en materia de ambiente que años atrás sólo estaban en boca de especialistas, ahora ya son patrimonio popular, por más que estemos a años luz de una deseable y masiva educación ambiental.

La disociación mental que se establece entre la realidad del ambiente y lo que en él sucede, como si no existiese conexión entre ambas cosas, es fuente de malas interpretaciones y de un imaginario falseado. No acertamos a entender que estamos acotados por el ambiente en que vivimos y que, en mutua interacción, éste nos condiciona en la misma medida en que, a nuestra vez, lo estamos alterando y transformando. La mejor pauta de que en verdad no lo asumimos nos la dan las conmemoraciones de carácter histórico, en donde lo ambiental no se hace presente, cono si toda la historia que se desarrolló en estas tierras hubiese sido posible -tal cual fue- en cualquier otro lugar del planeta y desligada de las circunstancias que son propias y particulares de esta parte del mundo y que de la misma manera definen nuestro presente. Y seguimos ajenos a que, además, en ese movimiento de ida y vuelta, la historia, el presente y la historia futura quedaron y quedarán marcados por la forma y medida en que actuamos sobre el ambiente.

A propósito de ese fenómeno que podríamos definir como “el ninguneo del ambiente”, reflexionaba en la actualidad Antonio E. Brailovsky (¹) : “...en el siglo XX, nuestra soberbia tecnológica nos hizo creer que las sociedades humanas podían prescindir de la naturaleza. Allí olvidamos nuestra historia ecológica y la estamos recuperando trabajosamente ahora.”

En contra de la comprensión del pasado juega la falta de conciencia de las características sustancialmente diferentes del ambiente en épocas anteriores, de cómo lidiaron con él quienes nos precedieron y de los procesos de cambio que fue experimentando en acelerada progresión hacia el día de hoy. Con igual ajenidad se actúa sobre el presente, como si todo dependiera de la voluntad humana, en absoluta independencia de la naturaleza en la que estamos insertos. De más está decir que de esa miopía -espontánea pero también demasiadas veces deliberada- provienen incontables calamidades que nos afligen, o que nos afligirán en plazos medianos o más o menos cortos, y que se vuelven cada vez más cortos por acumulación de impactos negativos.

La esperanza de disfrutar de un mejor ambiente, de restaurarlo, de evitar y aminorar las huellas deletéreas de nuestra presencia en él; la esperanza, en suma, de un futuro más digno en este planeta y en armónica compañía con los congéneres y los demás seres vivos, sólo puede apoyarse en la decisión por parte de los ciudadanos de sacar afuera la íntima adhesión que mayormente comparten por la cuestión ambiental, y acompañada por la voluntad de reunirse y de tomar un protagonismo organizado. Determinación nada cómoda, por cierto, pero es la que ha llevado a alcanzar las metas superiores y las reivindicaciones legítimas que se han logrado en otros órdenes. 

(¹) Licenciado en Economía Política, ecologista, escritor, catedrático, investigador; desempeñó importantes cargos
públicos. Es autor, entre otros textos que vinculan historia y ecología, de la Historia ecológica de Iberoamérica.

domingo, 22 de mayo de 2016

Candidata a Ave Provincial del Chaco: Pollona azul

Pollona azul
Nombre científico: Porphyrio martinica



Esta especie pertenece al orden Gruiformes, y, dentro de ésta, a la familia Rallidae, que agrupa a las gallinetas, gallaretas y pollonas. Es una llamativa ave acuática, una de las 25 especies de la familia que se encuentran en el país.

¿Dónde encontrarla?

En Argentina se distribuye en un amplio territorio del país, en las provincias del Nordeste, Santa Fe, Entre Ríos, norte de Buenos Aires, este de Salta, Santiago del Estero y Córdoba.

En Chaco no es una especie exclusiva. Su distribución abarca toda la provincia. Si bien la frecuencia observación es baja, se la puede encontrar en ambientes de humedales, e incluso en lagunas de la ciudad Resistencia.
Ecorregión: Chaco Húmedo y Chaco Seco.



¿Cómo reconocerla?

Mide aproximadamente 28 cm. Su plumaje es de un color azul violáceo intenso en la zona ventral y de un verde tornasolado en la zona dorsal. Presenta un pico corto rojo con la punta amarilla y sobre la frente posee un distintivo escudete celeste. Sus patas y dedos amarillos son largos, los que le ofrecen una mayor superficie de apoyo sobre la vegetación flotante.



¿Cuál es su comportamiento?

Aunque poco nadadora, se desplaza ágilmente entre la vegetación acuática. Se la suele observar sola o en parejas. Nidifica sobre la vegetación acuática, donde pone de cinco a ocho huevos. Su alimentación incluye una variedad de plantas, hojas y frutos de plantas acuáticas y terrestres, semillas, insectos, ranas, arañas, gusanos y peces. También suele predar nidos de otras aves.

¿Cuál es su estado de conservación?


Sus poblaciones no se encuentran amenazadas.

Ejemplar juvenil en la laguna Arguello de Resistencia

FUENTES:
  • Narosky, T. y Yzurieta, D. 2010. Aves de Argentina y Uruguay. Guía de identificación. Vázquez Mazzini Editores. Buenos Aires. Argentina.
  • Narosky, T y Vega, M. 2009. Aves Argentinas. Un vuelo por el mundo silvestre. Editorial Albatros. Buenos Aires. Argentina.
  • Raggio, Juan María (Coord.). 2013. Aves Argentinas. Las cien más chaqueñas. Primera Edición. Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Textos y mapas de: María Fernanda Alarcón

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Candidata a Ave Provincial del Chaco: Loro hablador

Loro hablador
Nombre científico: Amazona aestiva




Esta especie pertenece al orden Psittaciformes, y a la familia Psittasidae, que agrupa a los loros, guacamayos y cotorras. Es uno de los loros más conocidos por su capacidad de imitar sonidos y palabras, causa por la que ha sido una de las especies de aves más capturadas para ser comercializada como mascota.

¿Dónde encontrarla?

En Argentina se distribuye en las provincias de Misiones, Corrientes Formosa, Chaco, norte de Santiago del Estero y Santa Fe, este de Jujuy, Salta, Catamarca y La Rioja.
En Chaco no es una especie exclusiva, se la puede observar en todo el territorio. Habita en ambientes de bosques de tipo chaqueño, yungas, e incluso en áreas pobladas.
Ecorregión: Chaco Húmedo y Chaco Seco, aunque es en esta última donde se localizan sus principales poblaciones.



¿Cómo reconocerla?

Tal vez no sean necesarias las descripciones respecto a cómo reconocer a un individuo esta especie, pues en nuestra región es bien conocida. A menudo se lo observa en cautividad, donde aprende a imitar el habla de los humanos, de allí su nombre. Mide alrededor de 35 cm. Su plumaje en gran parte del cuerpo es verde, tiene una amplia frente celeste, corona amarillenta, cara, hombros y garganta amarillo oro, con pico negro y robusto y patas grises.



¿Cuál es su comportamiento?

Viven en parejas o grupos pequeños, pero en invierno puede reunirse en bandadas grande, que diariamente se desplazan desde los dormideros hasta los sitios de alimentación. Su dieta se basa en semillas, frutos y brotes de hojas. Nidifica en huecos de árboles donde la hembra pone de dos a cinco huevos. Durante el período de incubación el macho se encarga de alimentar a la hembra. En estado silvestre realiza vocalizaciones llamativas.

¿Cuál es su estado de conservación?

Sus poblaciones no se encuentran amenazadas, pero es notable la disminución de las mismas, dado que es una especie muy capturada para el comercio ilegal de mascotas. En algunas provincias del norte argentino se ha extinguido o se ha vuelto escaso. La provincia del Chaco es, en la actualidad, el origen de la mayor cantidad de individuos que ingresan al mercado ilegal de mascotas, tanto para el mercado nacional como internacional




FUENTES:
  • Narosky, T. y Yzurieta, D. 2010. Aves de Argentina y Uruguay. Guía de identificación. Vázquez Mazzini Editores. Buenos Aires. Argentina.
  • Narosky, T y Vega, M. 2009. Aves Argentinas. Un vuelo por el mundo silvestre. Editorial Albatros. Buenos Aires. Argentina.
  • Raggio, Juan María (Coord.). 2013. Aves Argentinas. Las cien más chaqueñas. Primera Edición. Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Textos y mapas de: María Fernanda Alarcón

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