lunes, 29 de agosto de 2016

¡ELLOS LO HICIERON!

Y continúan haciéndolo

Nuestro planeta aun no era “nuestro”. Además de estar permanentemente convulsionado y en ebullición por su propio vulcanismo, recibía el bombardeo constante de meteoritos y hasta el choque devastador de grandes cuerpos celestes y eso sucedía porque no poseía una atmósfera que lo envolviera protectoramente. En su superficie sólo fluían gases irrespirables y tóxicos y regían temperaturas más que hostiles. El ambiente era lo más semejante posible al imaginario clásico del infierno.
Dentro de la gran sopa química de los mares terrestres empezaron en aquel entonces a combinarse sustancias y a producirse reacciones que derivaron en la aparición de ciertas formas microscópicas que, con el tiempo, darían lugar a incipientes manifestaciones de vida. Primero las algas primitivas y luego los vegetales que colonizaron el suelo firme, por medio de un proceso totalmente novedoso que realizaban, la fotosíntesis, fueron creando una atmósfera hasta el punto que ésta llegó a su amigable composición actual que formó un escudo ante las radiaciones del exterior, frenó las lluvias de meteoros que se desintegran ante su resistencia, a la vez que consiguió estabilizar las temperaturas y abrir la posibilidad de que la Vida se diversificara en incontables variantes y se multiplicara hasta lo inconmensurable.
No fue una tarea inicial que la vegetación cumplió únicamente en la Tierra primigenia; las plantas y especialmente su versión más fuerte y notoria, los árboles, continúan, incansablemente, desde hace muchos millones de años, inyectando oxígeno a la atmósfera y secuestrando carbono en el interior de sus cuerpos. Todos, absolutamente todos los seres vivos, existimos y respiramos gracias a ellos. La sola excepción la constituyen apenas unos muy particulares microorganismos llamados extremófilos.
Como para tenerlo siempre en cuenta: sin los árboles, no somos ni seremos; ellos configuran el origen y las columnas de sostén del conjunto de la Vida en el planeta. Por si esa enorme virtud no fuera suficiente, los bosques nativos densos y saludables dan protección contra los rigores del clima, retienen el agua, “sacan de circulación” y absorben a la contaminación atmosférica, generan lluvia, fijan el suelo deteniendo la erosión -resultan por sí mismos verdaderas fábricas de suelos-, frenan a los desiertos, protegen los cauces y las márgenes de los cursos, brindan albergue a tantos otros seres vivos que cada ejemplar se convierte a veces en un reducido ecosistema; proporcionan madera, flores, frutas, sustancias medicinales, fragancias, bienestar físico y psíquico y una gran belleza paisajística, mientras que aportan un carácter identificable a las regiones en que crecen ciertas especies. El agua y las plantas hacen al
paisaje de la Tierra tan único, tan diferente de cuanto planeta se haya logrado detectar hasta ahora en el Universo ¡y hecho a la medida exacta de nuestra especie!
Se entiende que cuando hablamos de bosques nos referimos a los bosques de verdad, no a los cultivos industriales de árboles, donde la biodiversidad se halla ausente, que se plantan con fecha de vencimiento preestablecida y que se alinean como mercaderías en estantes de supermercado.

Los árboles se encuentran tan profundamente enlazados desde siempre a la humanidad (nuestros antepasados más remotos fueron arborícolas) que su verde presencia se halla enraizada y entretejida con la cultura y la espiritualidad. No es casual que veamos a la esperanza de color verde.
Desde la antigüedad muchos pueblos mantuvieron y cuidaron celosamente sus bosques sagrados y aun lo hacen hoy en día. En todas las civilizaciones el árbol ha sido visto siempre como un puente de ida y vuelta entre la Tierra y el Cielo, un camino hacia la divinidad, poseedor de una arquitectura natural que conduce la vista y el alma hacia el infinito. En muchas culturas tradicionales todavía se acostumbra rezar a los espíritus protectores de la naturaleza pidiendo permiso antes de cortar un árbol o de aprovechar una parte de él. En nuestra propia cultura, urbana, desacralizada y, bien podemos decir, desnaturalizada, aprendamos a tratar a los árboles con el mayor respeto porque esa ligazón con ellos que mencionábamos es demasiado concreta: los bosques se encuentran en grave y acelerado retroceso y un planeta con menos árboles ya no podrá sustentar vida.


En el Día del Árbol
Clara Riveros Sosa


Para COA Guaicurú

Lapacho rosado (Handroanthus impetiginosus) embelleciendo nuestros paisajes. Foto: Edel Enggist 

Chañares (Geoffroea decorticans) florecidos. Foto: Edel Enggist

Ejemplar florecido de ceibo chaqueño (Erythrina dominguezii) en los pastizales del Parque Chaqueño. Foto: Patricio Cowper Coles