lunes, 26 de septiembre de 2016

LAS AVES EN LA CULTURA

Desde siempre los humanos hemos compartido el mundo con las otras especies de animales, ésas de las que pretendemos diferenciarnos autodenominándonos sapiens. Es más, ellos fueron nuestros antecesores por muchos millones de años. En realidad, pertenecemos a una especie arrogante pero advenediza.
Por siempre los animales nos han inspirado fascinación, curiosidad, muchísimo temor al tratarse de los depredadores o sospechosos de serlo; a la par de que nos generaron un interés intensamente dependiente todos aquellos que nos proporcionaban alimento por medio de la caza, esa riesgosa actividad que decreció por vía de la domesticación. Con esta última y exitosa estrategia imprimimos un cambio contundente tanto a la vida humana como a la existencia de los animales que logramos amansar. De este modo conseguimos tenerlos disponibles, próximos a nuestros hogares -hasta habitando en ellos- y pasamos a descubrirles una cantidad de utilidades más que nada tienen que ver con la comida y que no implican la necesidad de sacrificarlos.
Más allá de esta relación signada por conveniencias, en el mundo entero y en incontables casos, las características y capacidades propias de ciertos animales no sólo atraparon la atención de nuestros antiguos congéneres sino que además suscitaron su envidia admirativa y un respeto reverencial ligado a la creencia de que poseían poderes sobrenaturales, que mantenían relación con los dioses o, en ocasiones, que las mismas deidades se encarnaban en ellos.
En ese contexto, pocos animales han despertado tanto asombro y embeleso como las aves: ellas poseen la muelle suavidad del plumaje y comparten con los humanos la calidez corporal; muchas emiten la primera música habida en la naturaleza y nos acarician el oído con sus voces; otras tantas ofrecen unas imágenes bellísimas y colores maravillosos. Pero ninguna de esas dotes, por deslumbrantes que resulten, pueden compararse a su atractivo máximo: la magia soberana del vuelo.
Despegarnos del suelo impelidos nada más que por el propio cuerpo, remontarnos a las alturas, cruzar de un continente a otro, atravesar océanos y cordilleras, mirar la Tierra desde lo alto, son experiencias intensamente ambicionadas por la humanidad entera y sólo posibles en medio de los sueños compartidos por todos los tiempos y todas las culturas. Con tal ansia incumplida de vuelo y libertad, optamos entonces por proyectarla en los superhéroes, dueños de ese poder especial que despliegan en series, historietas y películas o también, de acometer algún intento en la danza.
Es cierto que hay aves que no vuelan, pero son las menos y se lucen con otras cualidades, en tanto que las que sí se desplazan por las alturas arrebatan la imaginación de manera arrasadora...el vuelo nos eleva, hasta por puro placer de contemplación.
Parece natural entonces que las aves hayan sido consideradas mensajeros de los dioses, que en la mitología y las representaciones artísticas griegas la lechuza (Athene noctua), que acompañaba a Atenea, encarnara la sabiduría; que los aborígenes de nuestra región se mantengan aun atentos a los avisos que les dan las aves sobre acontecimientos próximos; que el picaflor condujera al cielo las almas de los guerreros guaraníes muertos en combate y que, en cambio, según los nahuas, el colibrí se ocupara de traer de regreso al mundo a las víctimas de sacrificios; que el picaflor o colibrí –tan exclusivo de América- tuviera asimismo un protagonismo decisivo en muchas creencias indígenas dentro de diferentes geografías del continente y representara un aspecto de la energía del sol; que las águilas hayan sido y sean emblema de poder y aparezcan como tales en banderas y escudos de diversas naciones; que Hermes (Mercurio para los romanos), mensajero entre sus pares del Olimpo, se desplazara en el espacio por medio de sandalias aladas como pájaros; que la lechuza, urucureá en guaraní, tuviera a su cargo impedir el fin del mundo cuidando el equilibrio entre especies; sin olvidar al guacamayo mágico presente en el Popol Vuh de los mayas; ni a los zopilotes (jotes) que esos mismos pueblos vinculaban con el inframundo; ni a los también mágicos pájaros persas; ni a nuestro crespín, que en guaraní es che-sy que significa “mi madre” y se dice que es el llamado del alma de un niño que se perdió por desobedecer la recomendación materna; ni al carau – otro que nos juega de local- popularizado en leyenda y chamamé, donde también se arrepiente del abandono filial en que incurrió; y esto va apenas como un botón de muestra pleno de omisiones de esa interminable lista elaborada con aportes de todas las civilizaciones sin excepción.
Hasta aquí estuvimos refiriéndonos a aves de existencia real que adquirieron un status mitológico y no mencionamos aun a las aves o semi-aves que son fruto de la pura imaginación que las combinó con elementos fantásticos y con atributos de otras especies. En tanto, no olvidaremos que la Biblia narra que Noé soltó aves desde su arca para averiguar si ya había tierra firme en algún punto y que la paloma regresó con una ramita de olivo en el pico, constituyéndose así hasta hoy en la universal representación de la paz (Dios da por terminado el castigo). Mientras que en la iconografía cristiana la paloma blanca simboliza al Espíritu Santo.
La astronomía no ha sido la excepción ante tanto arrobamiento frente a las aves: desde tiempos arcaicos la humanidad levantó la vista al cielo nocturno y creyó ver dibujos plasmados por grupos de estrellas: un barco, un perro, un león, un cazador, una balanza, y muchos más, y así dieron nombre a las constelaciones y, entre ellas, no podían faltar las aves, De esa manera contamos con nueve constelaciones que se llaman: Cisne, Águila, Grulla, Ave Fénix y Ave del paraíso, en el hemisferio norte celeste; y en el hemisferio sur celeste: Paloma, Cuervo, Pavo real y Tucán.
La rica trama cultural tejida alrededor de las aves y la admiración general que éstas promueven, han extendido un vasto universo de leyendas, cuentos populares, coplas, refranes y canciones de origen anónimo, a las que se suman representaciones en pinturas, murales, máscaras, esculturas, relieves, adornos, joyas y objetos de uso cotidiano, además de obras literarias y musicales de autores conocidos, y aquí van unos pocos ejemplos entre miles de estas últimas: el concierto de Vivaldi Il cardellino; el lied Oye, oye la alondra de Schubert; El pájaro de fuego, ballet de Stravinsky; El pájaro azul, obra de teatro de Maeterlinck; el poema de Charles Baudelaire El albatros; otro de Samuel Taylor Coleridge titulado Balada del viejo marinero, cuyo protagonista es también un albatros; geográficamente más cerca de aquí, la clásica guarania Pájaro campana y, de vuelta en Corrientes, entre su música folclórica prolífica en melodías dedicadas a las aves, encontramos la polca Pájaro chogüí, y esto, insistimos, sólo por citar algunos. Las voces de las aves son imitadas por instrumentos musicales, por cantantes y por silbadores eximios. Para enaltecer al inolvidable Carlos Gardel se lo llama “el zorzal criollo”; por su humildad, a la cantante Edith Piaf se la recuerda siempre como “el gorrión de París”; y la bella pulpera de Santa Lucía, según dice la tradicional canción, “cantaba como una calandria”; muchas décadas atrás los chicos entonaban las antiguas estrofas de “la pájara pinta” que después María Elena Walsh supo rescatar. En todas las épocas existen grupos musicales que adoptan el nombre de pájaros melodiosos; por sólo nombrar a uno, recordemos al grupo coral tan emblemático de nuestra provincia del Chaco como es el Coro Toba Chelaalapí, cuya denominación, en lengua qom, significa justamente “bandada de zorzales”.
Mal que les pese a las aves, a lo largo de los tiempos fueron raras las épocas y culturas que se privaron de arrebatarles a las aves sus plumas para confeccionar amuletos o emblemas de poder y aprovechar las más bellas para engalanarse.
Sin que nos demos cuenta, las aves revolotean en el lenguaje cotidiano: “ave de paso”; “come como un pajarito” (¡falso! ¡cuánto comen los pajaritos!); “pájaro que comió, voló”; “ave de mal agüero”; “me lo contó un pajarito”; “madruga como el gallo”; “siempre alerta como el teru”; “una golondrina no hace verano”; “levantar la perdiz”; “y dicho con cariño a una criatura: “es mi pichoncito”; o refiriéndose a un hogar feliz: “éste es nuestro nido”. Y nos complace destacar la laboriosidad del hornero -nuestra ave nacional- que trabaja y canta; así también, cuando queremos sacarnos de encima nuestros peores defectos no dudamos en atribuírselos a algún ave: cuervos y buitres, aunque aleguen inocencia, se llevan la peor parte, al igual que esos que ponen el huevo en nido ajeno. Si continuamos buscando más casos seguiríamos casi al infinito. Así como han ocupado todos los continentes las aves han invadido placenteramente la fotografía, el cine, la televisión y los dibujos animados.
A las aves, omnipresentes en el planeta, salvo en el interior de la Antártida, y omnipresentes también en nuestra vida cotidiana, tanto físicamente como en el imaginario y en el lenguaje, las hallamos tanto en las áreas silvestres como en campos y ciudades, en el jardín, en la calle y en la ventana de casa. Las aves forman parte del inmenso y dinámico equilibrio del universo: no deben desaparecer de él porque sería como quitarle una pieza al conjunto de la Vida, es decir a este inconmensurable juego de la yenga en que toda la estructura depende de la parte más pequeña para no venirse abajo, concepto éste muy arraigado en las culturas tradicionales. Las aves nos representan, son señales de identidad de nuestro lugar en el mundo; observarlas, aunque sea por un instante, nos distiende y aleja de las tensiones diarias y, cuando finalmente levantan vuelo, nos obligan a mirar al cielo.

Clara Riveros Sosa

Para COA Guaicurú

Dibujo de un ejemplar de guaicurú realizado por un artista venezolano (Foto: Gustavo A. Leoni)

 Imagen popular de San Francisco de Asís (Foto: Gustavo A. Leoni)

Bolso con diseño de aves  venezolano (Foto: Gustavo A. Leoni)

Partitura de la obra musical "El Tocolote"  (Foto: Gustavo A. Leoni)

Aro con diseño de lechuza  (Foto: Gustavo A. Leoni)

Abre carta con diseño de guacamayo (Foto: Gustavo A. Leoni)

 Escultura en madera de un picaflor elaborado por wichís (Foto: Gustavo A. Leoni)


Escultura con diseño de tucan. (Foto: Gustavo A. Leoni)


Obra del artista wichí Reinaldo Prado  (Foto: Gustavo A. Leoni)