miércoles, 23 de noviembre de 2016

EL JUSTO EQUILIBRIO

Clara Riveros Sosa

El ambientalismo surgió deseoso de que el ser humano se sintiera integrado con el medio, que se entendiera a sí mismo como parte de él, conectado con todo lo que contiene, y que comprendiera
entonces que esas relaciones de ida y vuelta deben necesariamente ser justas, equitativas – responsables, por su parte-, para que la vida no sólo continúe sino para que valga la pena. Lástima grande que el ambientalismo no haya sido desde siempre una idea corriente, una convicción arraigada y, en todos los órdenes, una práctica habitual que nos facilitara la existencia. Muy por el contrario, debió aparecer como una obligada reacción ante los daños, muchas veces irreversibles, que nuestra especie le infiere al planeta. Por eso todavía quedan unos cuantos que ven a los ambientalistas como a unos obsesivos profetas de catástrofes, ingrato papel que nunca hubiesen querido asumir, aunque el mensaje sea absolutamente necesario, no para sembrar pánico sino para que nos guíe la esperanza de que si todos, una vez advertidos, tomamos cuanto antes las medidas apropiadas para detener los atropellos y restaurar cuanto se pueda, se nos abre una buena oportunidad.
Justamente, para no ser tachada de ave de mal agüero desde antes de que leyeran esta nota, no la titulé como había pensado en un principio: El Ará iyapí, es decir “el fin del mundo”, en guaraní. Lo que en realidad pretendía –y pretendo- es ofrecerles tan sólo una muestra de la sutil comprensión aborigen respecto de la unidad del universo y de las consecuencias de alterar sus complicados enlaces.
El murciélago es un animalito que no le cae demasiado simpático a casi nadie (al menos hasta que uno empieza a conocer algunas particularidades de su vida). No le hacen mucho favor su aspecto inquietante (así sean de los que sólo se alimentan de insectos, flores o frutos, que son la abrumadora mayoría), sus hábitos nocturnos, la mala fama que le dan los chupadores de sangre (apenas 3 entre 1000 especies que hay en el mundo) y las leyendas siniestras como la de Drácula. Con Batman no alcanzó para mejorar su imagen, pese al papel real que desempeñan, beneficioso en la naturaleza como sensacionales controladores de insectos, polinizadores de flores y dispersores de semillas.
Los guaraníes no eran ajenos a esa aversión que espontáneamente causan estos extraños mamíferos alados. A pesar de ello nunca se les ocurrió perseguirlos ni eliminarlos. Para ellos el mbopí (murciélago) era la representación del ará iyapí, el fin del mundo. Cuando aparece representado en la decoración de su alfarería, suele estar junto a su predador natural, el ñacurutú, el más grande de los búhos.
De acuerdo a los relatos que recogiera en el siglo pasado el prestigioso especialista Lázaro Flury, llegará el día en que aparecerá el Murciélago gigante que se tragará a todos los seres de este mundo, extinguiendo la vida para siempre. El requisito previo para que pueda sobrevenir tal calamidad es que antes se produzca una extraordinaria superpoblación de murciélagos comunes que colmen la Tierra. Sin esa circunstancia la terrible conclusión no tendrá lugar. Tiene que producirse ese desfasaje para que a partir de allí haga su aparición el gran exterminador.
Dicen los guaraníes que por eso Dios, previsor, puso en la naturaleza a la vez que al murciélago, al ñacurutú y al urucureá (lechuza), porque estos dos últimos dan cazan a algunos ejemplares del primero, evitando así que se multipliquen en exceso y postergando de ese modo el fin de los tiempos.
Según los dichos de los aborígenes, está siempre pendiente la amenaza de que algún día, porque queden pocos búhos y lechuzas, porque estén débiles o enfermos, o bien porque todos se hayan muerto, nada frenará la desmedida proliferación de los murciélagos chicos, y con ella, la venida del Murciélago grande y del Ará Iyapí.
Ambientalistas, ecologistas y conservacionistas puestos a exprimirse el cerebro tratando de crear una parábola más ilustrativa acerca del equilibrio dinámico en la naturaleza y de los desastres que provoca alterarlo –y no sólo tratándose de lechuzas y murciélagos- muy difícilmente hubiesen hallado una forma tan perfecta de expresar y transmitir su mensaje. Y este mito no resulta demasiado oscuro, ni difícil de desentrañar, ni puro mito tampoco.


Ejemplar de lechuzón orejudo (Asio clamator). Urukure`a y el ñacurutú, en la mitología guaraní son quienes evitarían la llegada del Ará iyapí.


Fuente: Leyendas americanas. Lázaro Flury. Colección Ceibo. Edit. Ciordia & Rodríguez. Buenos Aires. 1951