domingo, 5 de junio de 2016

DÍA DEL AMBIENTE

Por Clara Riveros Sosa
5 de junio

Estamos acotados e impregnados por el ambiente en que vivimos y, en mutua interacción, éste nos condiciona en la misma medida en que, a nuestra vez, lo estamos alterando y transformando. Su futuro es el nuestro.
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Con la esperanza puesta en futuros Días del Ambiente que constituyan una ferviente y gozosa celebración de la Vida.



Hoy es una jornada de conmemoración muy especial para nosotros, como ambientalistas que somos, y para toda la humanidad: el Día del Ambiente.

En 1972, la Asamblea General de las Naciones Unidas estableció al 5 de junio como recordación porque fue la fecha inicial de la Conferencia de Estocolmo, Suecia, sobre Medio Ambiente Humano celebrada ese año. La conferencia significó un hito notable e histórico, ya que nunca antes líderes y representantes de países de todo el mundo se habían reunido para deliberar sobre temas que, hasta entonces, permanecían como subsidiarios y poco dignos de ser tenidos en cuenta, mucho menos con tanta trascendencia y a nivel internacional. Como es de imaginar, la dirigencia mundial no fue impulsada para reunirse a debatir esas cuestiones por ninguna inspiración divina ni de pura buena voluntad sino porque la situación del ambiente global ya había vuelto imperioso poner esos problemas sobre la mesa y encontrar urgentes vías de salida.

Consideramos que desde entonces se avanzó bastante en cuanto a instalar la cuestión ambiental en los primeros planos y en la conciencia pública, a la vez que en hacerla eje cada vez más frecuente de los discursos oficiales –o, al menos, referencia necesaria en ellos- siquiera para hacer gala de la debida y aparente corrección política. Dicho esto porque continúa en gran escala la destrucción del ambiente, pero ahora ya no se la comete con total ignorancia y rara vez a cara descubierta, sino con plena mala conciencia y tratando de disimularla o bien de justificarla tras supuestos beneficios, generalmente económicos. Dichas utilidades suelen ser ciertas, sólo que de muy corto plazo, y no van a parar a las comunidades que recibieron los anuncios de supuesta prosperidad, sino que son encaminadas de antemano a concentrarse en algunas cuentas bancarias.

Desde aquel año de 1972 se han logrado la sanción de leyes y normas y el consenso y la firma de diversos acuerdos y protocolos internacionales, todos en beneficio del ambiente, por más que los objetivos fijados y el eficaz cumplimiento de lo dispuesto no lleguen a concretarse cabalmente, se los demore o incluso se los distorsione, pero eso sí, esas normativas constituyen óptimas bases para implementar la defensa del ambiente o exigir su restauración, sin olvidar que nuestras constituciones (nacional y provincial) consideran un deber ciudadano ejercer esa defensa.

Por regla general, las dirigencias en su conjunto y la dirigencia política en particular no se interesan en los temas ambientales salvo en momentos muy puntuales, como durante la coyuntura de un conflicto que no se puede soslayar sin costo (político, claro está), cuando estallan movimientos sociales por asuntos relacionados con los recursos naturales, o bien porque grupos de ciudadanos locales manifiestan con intensidad y persistencia sus reclamos ante una afectación ambiental y lo llevan a cabo a un extremo que se torna inocultable.

Hasta cuando con ocasional buena fe funcionarios y gobernantes pretenden incursionar en el área con legislaciones o proyectos bienintencionados, suelen cometer gruesos errores porque, aun provistos de información y estadísticas, no acceden a los conceptos de fondo. Tampoco les queda claro que la ecología no se encuentra comprimida en una disciplina cerrada sino que las trasciende a todas y que es abarcadora, holística. Esta idea también resulta de difícil aprehensión para la mayoría, lo que se extiende frecuentemente hasta a algunos ámbitos académicos. Entretanto, ciertas nociones básicas en materia de ambiente que años atrás sólo estaban en boca de especialistas, ahora ya son patrimonio popular, por más que estemos a años luz de una deseable y masiva educación ambiental.

La disociación mental que se establece entre la realidad del ambiente y lo que en él sucede, como si no existiese conexión entre ambas cosas, es fuente de malas interpretaciones y de un imaginario falseado. No acertamos a entender que estamos acotados por el ambiente en que vivimos y que, en mutua interacción, éste nos condiciona en la misma medida en que, a nuestra vez, lo estamos alterando y transformando. La mejor pauta de que en verdad no lo asumimos nos la dan las conmemoraciones de carácter histórico, en donde lo ambiental no se hace presente, cono si toda la historia que se desarrolló en estas tierras hubiese sido posible -tal cual fue- en cualquier otro lugar del planeta y desligada de las circunstancias que son propias y particulares de esta parte del mundo y que de la misma manera definen nuestro presente. Y seguimos ajenos a que, además, en ese movimiento de ida y vuelta, la historia, el presente y la historia futura quedaron y quedarán marcados por la forma y medida en que actuamos sobre el ambiente.

A propósito de ese fenómeno que podríamos definir como “el ninguneo del ambiente”, reflexionaba en la actualidad Antonio E. Brailovsky (¹) : “...en el siglo XX, nuestra soberbia tecnológica nos hizo creer que las sociedades humanas podían prescindir de la naturaleza. Allí olvidamos nuestra historia ecológica y la estamos recuperando trabajosamente ahora.”

En contra de la comprensión del pasado juega la falta de conciencia de las características sustancialmente diferentes del ambiente en épocas anteriores, de cómo lidiaron con él quienes nos precedieron y de los procesos de cambio que fue experimentando en acelerada progresión hacia el día de hoy. Con igual ajenidad se actúa sobre el presente, como si todo dependiera de la voluntad humana, en absoluta independencia de la naturaleza en la que estamos insertos. De más está decir que de esa miopía -espontánea pero también demasiadas veces deliberada- provienen incontables calamidades que nos afligen, o que nos afligirán en plazos medianos o más o menos cortos, y que se vuelven cada vez más cortos por acumulación de impactos negativos.

La esperanza de disfrutar de un mejor ambiente, de restaurarlo, de evitar y aminorar las huellas deletéreas de nuestra presencia en él; la esperanza, en suma, de un futuro más digno en este planeta y en armónica compañía con los congéneres y los demás seres vivos, sólo puede apoyarse en la decisión por parte de los ciudadanos de sacar afuera la íntima adhesión que mayormente comparten por la cuestión ambiental, y acompañada por la voluntad de reunirse y de tomar un protagonismo organizado. Determinación nada cómoda, por cierto, pero es la que ha llevado a alcanzar las metas superiores y las reivindicaciones legítimas que se han logrado en otros órdenes. 

(¹) Licenciado en Economía Política, ecologista, escritor, catedrático, investigador; desempeñó importantes cargos
públicos. Es autor, entre otros textos que vinculan historia y ecología, de la Historia ecológica de Iberoamérica.