lunes, 5 de junio de 2017

EN EL DÍA MUNDIAL DEL AMBIENTE

Clara Riveros Sosa


Nuevamente se acerca el Día Mundial del Ambiente, una fecha en la que debiéramos celebrar la belleza, lo interesante y maravilloso de este planeta singular (en buena parte más desconocido de lo que se supone) y admirar las características y condiciones que lo conforman -su ambiente-, tan acogedoras, confortables para la vida y con un abanico de diversidad riquísima, multiforme e igualmente también, en gran medida, todavía ignorada. Pese a nuestras ansias de transitar esta jornada (y todos los días venideros) con ánimo esperanzado, este 2017 es otro año más en que no vemos – ni siquiera avizoramos- ningún acontecimiento importante para celebrar, apenas logros menudos, pero sí, en cambio, infinidad de problemas para abordar, debatir y, sobre todo, para encontrarles y exigir muy urgentes vías de solución, ya que se trata de conflictos que nos envuelven a todos sin excepción -hasta a quienes imaginan hallarse al margen- y que reducen drásticamente la calidad de vida tanto como ensombrecen las perspectivas tendidas hacia el futuro.
Tenemos ante nosotros muchísimo material para la reflexión con el fin de que las soluciones que se apliquen no resulten improvisadas, o meros experimentos de esos que con lamentable frecuencia empeoran lo que pretendían enmendar. Como siempre también, la mayoría de los pronunciamientos de tono ambientalista emitidos por gobiernos, organismos internacionales y empresas, resultan puramente declarativos y la realidad concreta nos muestra un paisaje demasiado diferente.
Contemplar el camino recorrido durante aproximadamente medio siglo permite apreciar la expansión de la conciencia ambiental en la mayor parte de la humanidad, así como también el positivo crecimiento en espacio y en calidad de la información sobre las cuestiones que le atañen.
No obstante esa mayoría, existen sectores, minoritarios quizás, pero que concentran el mayor poder (políticos, dirigentes y lobbies empresarios) que ven al cuidado ambiental como a una amenaza directa a sus intereses, se oponen férreamente a abandonar sus prácticas destructivas y, en pos del lucro exacerbado, insisten en ellas con ánimo suicida, a la vez que atacan y desacreditan por todos los medios a quienes se les oponen.
Como decíamos: no es un ánimo de fiesta lo que prima en estos tiempos sino, antes bien, una honda preocupación y una actitud vigilante y activa de mucha, muchísima gente, que ya no se resigna a permanecer como mera observadora de la codiciosa destrucción que se le aplica a éste, su hogar en el universo, sino cada vez más movilizada, dispuesta a reunirse con sus pares en organizaciones civiles y a tomar protagonismo frente a una crisis ambiental y global que sólo roza a veces, y muy levemente, los discursos de quienes ejercen el poder pero no se hacen cargo de sus responsabilidades –salvo rarísimas excepciones- en una materia tan decisiva como es la cuestión de la supervivencia humana y de la conservación y protección de los otros seres vivos y del ambiente en el que todos interactuamos y en el cual nuestra especie no tendrá futuro sin esos “demás” con los que se halla infinita y más entrañablemente interconectada y dependiente de lo que es capaz de reconocer.
Nuestra felicidad y energía brotan, por supuesto que no de tantos hechos que nos abruman, sino de la gratísima sinergia con nuestros pares, de aquí y de todo el planeta, dispuestos a perseverar juntos en la defensa de la casa en común que habitamos en el Universo y de los maravillosos dones que ella cobija.

Ejemplar de hornero (Furnarius rufus) junto a su característico nido. Foto: Silvia Enggist

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