Clara
Riveros Sosa
Nuevamente
se acerca el Día Mundial del Ambiente, una fecha en la que
debiéramos celebrar la belleza, lo interesante y maravilloso de este
planeta singular (en buena parte más desconocido de lo que se
supone) y admirar las características y condiciones que lo conforman
-su ambiente-, tan acogedoras, confortables para la vida y con un
abanico de diversidad riquísima, multiforme e igualmente también,
en gran medida, todavía ignorada. Pese a nuestras ansias de
transitar esta jornada (y todos los días venideros) con ánimo
esperanzado, este 2017 es otro año más en que no vemos – ni
siquiera avizoramos- ningún acontecimiento importante para
celebrar, apenas logros menudos, pero sí, en cambio, infinidad de
problemas para abordar, debatir y, sobre todo, para encontrarles y
exigir muy urgentes vías de solución, ya que se trata de
conflictos que nos envuelven a todos sin excepción -hasta a quienes
imaginan hallarse al margen- y que reducen drásticamente la calidad
de vida tanto como ensombrecen las perspectivas tendidas hacia el
futuro.
Tenemos
ante nosotros muchísimo material para la reflexión con el fin de
que las soluciones que se apliquen no resulten improvisadas, o meros
experimentos de esos que con lamentable frecuencia empeoran lo que
pretendían enmendar. Como siempre también, la mayoría de los
pronunciamientos de tono ambientalista emitidos por gobiernos,
organismos internacionales y empresas, resultan puramente
declarativos y la realidad concreta nos muestra un paisaje demasiado
diferente.
Contemplar
el camino recorrido durante aproximadamente medio siglo permite
apreciar la expansión de la conciencia ambiental en la mayor parte
de la humanidad, así como también el positivo crecimiento en
espacio y en calidad de la información sobre las cuestiones que le
atañen.
No
obstante esa mayoría, existen sectores, minoritarios quizás, pero
que concentran el mayor poder (políticos, dirigentes y lobbies
empresarios) que ven al cuidado ambiental como a una amenaza directa
a sus intereses, se oponen férreamente a abandonar sus prácticas
destructivas y, en pos del lucro exacerbado, insisten en ellas con
ánimo suicida, a la vez que atacan y desacreditan por todos los
medios a quienes se les oponen.
Como
decíamos: no es un ánimo de fiesta lo que prima en estos tiempos
sino, antes bien, una honda preocupación y una actitud vigilante y
activa de mucha, muchísima gente, que ya no se resigna a permanecer
como mera observadora de la codiciosa destrucción que se le aplica
a éste, su hogar en el universo, sino cada vez más movilizada,
dispuesta a reunirse con sus pares en organizaciones civiles y a
tomar protagonismo frente a una crisis ambiental y global que sólo
roza a veces, y muy levemente, los discursos de quienes ejercen el
poder pero no se hacen cargo de sus responsabilidades –salvo
rarísimas excepciones- en una materia tan decisiva como es la
cuestión de la supervivencia humana y de la conservación y
protección de los otros seres vivos y del ambiente en el que todos
interactuamos y en el cual nuestra especie no tendrá futuro sin
esos “demás” con los que se halla infinita y más
entrañablemente interconectada y dependiente de lo que es capaz de
reconocer.
Nuestra
felicidad y energía brotan, por supuesto que no de tantos hechos que
nos abruman, sino de la gratísima sinergia con nuestros pares, de
aquí y de todo el planeta, dispuestos a perseverar juntos en la
defensa de la casa en común que habitamos en el Universo y de los
maravillosos dones que ella cobija.
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Ejemplar de hornero (Furnarius rufus) junto a su característico nido. Foto: Silvia Enggist |
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