domingo, 27 de septiembre de 2015

CONCIENCIA

Publicado en El Diario de la Región, de Resistencia, Chaco, el sábado 29 de septiembre de 2012

27 de Septiembre
Un Nunca Más para el ambiente


Clara Riveros Sosa

Existen muchas conmemoraciones públicas marcadas con rojo en el calendario, unas firmemente arraigadas en él, otras circunstanciales y otras más que, aunque no merezcan un feriado, son recordadas por diferentes medios. Y quedan algunas que parecieran tener tan poca relevancia que pasan prácticamente ignoradas y sólo se ocupan de ellas algunos sectores. En ocasiones, el olvido en que transcurren no guarda relación con su trascendencia real.
El comentario viene a cuento porque el jueves pasado ­27 de septiembre­ fue el Día Nacional de la Conciencia Ambiental que se estableciera por ley para recordar a las siete personas que en esa jornada de 1993 fallecieran como consecuencia de un escape de gas cianhídrico en la ciudad de Avellaneda, Provincia de Buenos Aires. Murieron instantáneamente los cuatro integrantes de una familia y las tres personas que acudieron a socorrerlas (médica, enfermero y camillero) a raíz de que dos industrias cercanas vertieran, de manera clandestina y casi simultáneamente, una arsénico y la otra ácido sulfúrico, a los conductos comunes y que las emanaciones tóxicas desencadenadas (un verdadero cóctel mortal) salieran por tal vía al interior de un hogar.
Este hecho tan trágico y doloroso continuó impune porque durante años no se identificó debidamente a los criminales ni se tomaron las medidas correspondientes. Cuando finalmente se los procesó (a transportista y empresarios) fue por contaminación seguida de muerte. Un importantísimo punto de partida ya que se aplicó por primera vez la Ley 24.051 de Residuos Vale la pena recordar y comentar lo ocurrido en esa ocasión porque resultó un ejemplo –el peor ejemplo y siempre repetido­ del modo en que se desarrollan los desastres ambientales particularmente en nuestro país.
Muy anteriormente a los hechos los respectivos vecinos de la familia desaparecida y de una de las instalaciones donde se produjo el derrame intencional, ya habían radicado denuncias a las que ningún organismo oficial les dio curso. Los luego procesados no contaban con habilitación para trabajar con sustancias peligrosas y otro depósito que poseía uno de ellos ya había sido clausurado por causa parecida, en tanto la municipalidad le había permitido –reacondicionamiento mediante- seguir operando, aunque nunca constató que la remediación se cumpliera.

De una publicación de la época tomamos otro ingrediente: “...los abogados que representan a familiares de las víctimas rescatan la labor del juez Roberts [el juez que investigó], en un tema complejo y teniendo escasos recursos materiales y técnicos. El primer día, una petrolera tuvo que prestarle un técnico y los elementos, porque no había bomba para llegar a las cloacas, y no se sabía si el juez no se iba a morir en el intento” (¡!).
Entre objeciones de las pruebas (por parte de los imputados), chicanas, apelaciones, declaraciones de incompetencia y sobreseimientos, la causa fue y volvió pasando por distintas instancias hasta terminar prescribiendo. Se habían realizado 108 procedimientos químicos y biológicos pero un fallo consideró “...que no había contrapruebas en las tomas de pruebas de líquidos, o que eran de dudosa calidad técnica".
Cabe señalar que, además, resultaron demandadas Aguas Argentinas por presunta falta de limpieza de cloacas; la Municipalidad de Avellaneda por ausencia de control de las actividades industriales y desatención a las denuncias de los vecinos; la Dirección de Medio Ambiente bonaerense y la Secretaría de Recursos Naturales y Ambiente Humano de la Nación por no ejercer el poder de policía que les compete.
La cuestión continuó con muchos otros avatares y por tanto tiempo que quien esto escribe le perdió la pista, pero creemos que alcanza y sobra como muestra de un estado de cosas que persiste y con terribles consecuencias.
Como podemos apreciar no basta con que se haya instituido un Día especial para tomar conciencia, sino que es absolutamente necesario que efectivamente se la inculque: no hay ideología implícita en este propósito, simplemente nos va la vida en ello.
No podemos distraernos del hecho de que las víctimas de los delitos ambientales que quedan registradas como tales configuran una ínfima minoría. En su inmensa mayoría no se pueden establecer fehacientemente las relaciones causa­efecto, o bien los efectos nocivos se producen a largo plazo. En muchos casos las víctimas ni siquiera son conscientes de que estuvieron expuestas a lo que fue la causa de sus males. En otros, las víctimas todavía no han nacido o aun no fueron gestadas, como cuando alguno de sus futuros padres (o ambos) tiene alterado su ADN, sin saberlo, por haber tenido contacto con alguna sustancia teratogénica, lo que significa que produce anomalías y deformaciones en la descendencia. Al respecto, en nuestro medio se han difundido en charlas y presentaciones los trabajos del Dr. Horacio Lucero, bioquímico chaqueño, jefe del Laboratorio de Biología Molecular del Instituto de Medicina Regional de Resistencia y del Dr. Di Maio pediatra de
Actualmente empiezan a cundir los juicios por contaminación, especialmente ante el escándalo de enfermedades y muertes debidas a las fumigaciones con agrotóxicos. Buen comienzo, apenas eso porque, aun siendo invasivas y funestas, no constituyen las únicas agresiones anti­ambientales que padecemos. La salvaje deforestación, el arrasamiento de los ecosistemas, la irreparable afectación de los cursos, espejos y reservorios de agua, la vertiginosa diminución de la biodiversidad con extinción de especies, el incremento del calentamiento global, el consumismo desenfrenado y los estilos de desarrollo totalmente insustentables (aunque se pinten de sustentables), todo va implicado en un ataque al mundo en que vivimos y, por lo tanto, a nosotros mismos que somos sus huéspedes.
Tener conciencia ambiental no consiste solamente en efectuar denuncias y reclamos cuando nos sentimos directamente perjudicados sino en conocer el ambiente en que vivimos, en saber reconocerlo en sus características propias, en ser capaces de interpretar las señales que emite y que solemos pasar por alto, en aprender su historia. Pero también y esencialmente en rever nuestras actitudes y en decidirnos a actuar con conocimiento, respeto y profundo compromiso hacia el lugar de la Tierra en que nos encontramos (y a toda ella) y hacia nuestros semejantes presentes y futuros.
A no esperar entonces que las cosas simplemente sucedan y, por el contrario, a ejercer ya la capacidad –típicamente humana­ de diagnosticar y prevenir. En conexión con el mundo pero obrando en nuestro sitio ¿Recuerdan el axioma ambiental “pensar globalmente, actuar localmente?
Eso mismo. La cultura ambiental es una cultura comunitaria. Conciencia ambiental es solidaridad, respeto de la diversidad y búsqueda de justicia, libertad y equidad. Y nada menos.

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