Resistencia,
2 de febrero de 2017
Clara
Riveros Sosa
El
2 de febrero ha sido instituido como la fecha fundacional de la
ciudad de Resistencia y como tal se la celebra cada año.
Es
cierto que en el paraje, ya conocido como San Fernando, existían
asentamientos aborígenes y que, desde bastante tiempo antes de aquel
día de hace ciento treinta y nueve años, algunos empresarios, por
mayoría correntinos, habían cruzado el río para establecer obrajes
en la margen chaqueña, atraídos por la gran riqueza forestal que
encontraban de este lado del Paraná. Contaban para el trabajo con
una población criolla a la que se sumaban algunos italianos
afincados con antelación a sus connacionales que desembarcaron
después. Pero aquel 2 de febrero de 1878 llegó el primer
contingente importante de inmigrantes italianos, de Udine, y con su
arribo consolidaron la fundación de la colonia Resistencia,
promovida -como otras en diferentes lugares del país y en la misma
época- por la ley Avellaneda.
Fue
así que aquello que se pensó en su inicio como una colonia agrícola
acabó de a poco convirtiéndose en un pueblo y luego en ciudad
pujante. La ventaja que representaba para los agricultores
encontrarse instalados junto a una abundante disponibilidad de agua
dulce presente en ríos importantes, riachos y lagunas, dio paso a la
edificación urbana que fue creciendo arbitrariamente, interviniendo
de muchos modos el gran humedal, afectándolo, contaminándolo,
desecándolo y rellenándolo en buena parte de su importante
extensión, a la vez que se deforestaban (y se deforestan) tanto las
riberas como el interior del territorio, a la par que se extingue su
fauna. De esta manera se desorganizó toda la complejidad del
ecosistema, mientras que los habitantes se mantuvieron completamente
ajenos al desastre que causaban y siguen causando, ciegos y sordos a
todas las implicaciones que arrastra semejante estado de cosas. Como
hoy ya no vivimos tiempos de ignorancia ecológica, a la persistencia
de esa conducta antiambiental que va en perjuicio de la propia
población no le cabe disculpa, sólo la explican, pero jamás la
justificarán, la arrogancia, el afán de lucro, la codicia
inmobiliaria y la corrupción que han convertido a Resistencia en una
ciudad cada vez más vulnerable a los desastres… cada vez menos
“naturales”.
Un
dicho bastante conocido expresa que “Dios perdona siempre, el
hombre a veces, la naturaleza nunca”. Hace un par de años hasta el
Papa se lo recordó al entonces presidente de Francia, François
Hollande.
De
haberse mantenido aquí los bajos anegadizos, buena parte de las
inundaciones hubiese quedado retenida en ellos, amortiguando su
impacto sobre la zona urbana. Si contáramos aun con la densa
arboleda original y hasta con isletas de bosque, convertidas en
parques citadinos y convenientemente alternadas con la trama
edificada, sumadas a la presencia en ella de cursos y espejos de agua
que acogerían los excesos pluviales, ese conjunto brindaría un
alivio bajo los calores agobiantes, amén de proveernos de atractivos
lugares de solaz que bajarían unos cuantos grados el famoso efecto
de isla de calor que las ciudades generan.
Curiosamente,
ésta que podríamos llamar la “fecha de nacimiento de Resistencia”
coincide, desde hace cuarenta y seis años, con el Día Internacional
de los Humedales, determinado así porque, justamente
el 2 de febrero de 1971 se firmó
el Convenio sobre los Humedales en la ciudad balnearia
de Ramsar, sobre el mar Caspio, en Irán.
En la Argentina ese convenio tiene vigencia desde 1992. Creado en un
principio para dar protección a las aves migratorias, alcanzó
dimensiones mucho mayores al advertirse, además, la importancia
decisiva que los humedales juegan en el sostén de todas las formas
de vida, lo cual, obviamente, abarca a los humanos. Al contener al
más vital de los elementos, el agua, los humedales estabilizan el
clima, dan de beber, alimentan, riegan, proporcionan higiene, recreo,
vías de comunicación, sostienen fauna y flora propias, propician la
agricultura, la ganadería, la pesca, el turismo y un sinfín de
actividades al solo precio de conservarlos en su integridad y buena
salud, sin estorbar sus flujos, libres de contaminación y haciendo
un uso apropiado y cuidadoso de sus beneficios. Los humedales
funcionan en compleja interacción con el ambiente en su conjunto y
su influencia, notoria y otras veces invisible, alcanza a sitios
increíblemente distantes.
Aquí,
en Resistencia, estamos asentados en medio de los Humedales Chaco, un
humedal Ramsar, esto es en uno que ha sido reconocido por esta
organización internacional que tiene su sede en Gland, Suiza, y que
lleva un registro de los humedales que fueron aceptados en su lista
porque cumplen con los requisitos fijados y que, de ahí en adelante,
deberán atenerse a las normas pautadas. Este tesoro que nos
sostiene, pero que dilapidamos sin escrúpulos, es sólo un tramo del
mayor humedal del mundo: anchas franjas ribereñas y de islas que se
extienden desde el corazón de Sudamérica a lo largo de los
trayectos de los ríos Paraná y Paraguay hasta el Río de la Plata.
De
pie sobre el humedal, a los chaqueños, y - en este caso-
particularmente a los resistencianos, y a todos los habitantes de la
zona ribereña, nos cabe la gran responsabilidad de reconocer,
entender y asumir la realidad de nuestro ambiente e intentar vivir en
acuerdo con él, no en su contra. Y también la responsabilidad de
que esta celebración doble sea eso exactamente: una ocasión para
festejar algo que esté muy vivo y que nos brinde calidad de vida y
felicidad, no la conmemoración nostálgica de lo que perdimos en el
pasado para nuestro progresivo deterioro.
Afiche
provisto por la Convención de Humedales Ramsar
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Un
antiguo proverbio chino dice que “en la naturaleza no existen
premios ni castigos, sólo
consecuencias”
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