lunes, 11 de marzo de 2019

Aniversario de nuestra capital botánica

En el día de la fecha, la localidad de Colonia Benítez celebra su 131 Aniversario.
En su anterior aniversario, el municipio presentó la bandera del pueblo, que no podía ser de otra manera se encuentra representada por numerosos elementos de la naturaleza que podemos encontrar allí.
Quisieramos felicitar al Municipio y  a quien elaborará la propuesta, Sr. Rolando María Colcombet.

Destacamos los párrafos y significados más importantes:
"La identidad de todo pueblo está ligada a su cultura, su tradición, su geografía, su paisaje y a los valores de la gente que la habita...".
La franja roja representa "la savia vegetal del quebracho..." "Un color que recuerda la primera factoría de extracción de tanino del Chaco que funcionó en la colonia en el año 1902"
La franja verde "simboliza la pertenencia de la localidad a la provincia del Chaco, alude a los campos productivos, al verde diverso y único de la Capital Botánica que nos legara el destacado Don Augusto Schulz, al autóctono monte de incalculable valor ecológico y a la esperanza siempre viva del hombre y la mujer de nuestra tierra".
La franja blanca "se identifica con la enseña nacional, así mismo representa el cultivo del algodón que fue uno de los recursos económicos y productivos más importantes..."
La franja azul celeste "alude a la enseña nacional simboliza a los ríos y lagunas que transponen el territorio".
En el centro de la franja blanca " hay un nido de hornero o alonsito (Furnarius rufus) con un casal de esas aves sobre el, fijado sobre una rama florecida de lapacho rosado"."Este pájaro posee una profunda significación para los argentinos ya que desde 1928 es reconocido como el ave nacional...". "Debido a su popularidad el hornero se convirtió en el centro de muchas leyendas y canciones. Lo adoptamos para esta enseña ya que denota el comportamiento, el trabajo y el esfuerzo que realizan tanto nativos como forasteros que han elegido a Colonia Benítez para arraigarse, inspirándose en los atributos de este para diseñar y construir viviendas familiares sólidas, confortables y cálidas que armonizan con el medio ambiente".
¡Feliz aniversario Colonia Benítez!

lunes, 5 de junio de 2017

EN EL DÍA MUNDIAL DEL AMBIENTE

Clara Riveros Sosa


Nuevamente se acerca el Día Mundial del Ambiente, una fecha en la que debiéramos celebrar la belleza, lo interesante y maravilloso de este planeta singular (en buena parte más desconocido de lo que se supone) y admirar las características y condiciones que lo conforman -su ambiente-, tan acogedoras, confortables para la vida y con un abanico de diversidad riquísima, multiforme e igualmente también, en gran medida, todavía ignorada. Pese a nuestras ansias de transitar esta jornada (y todos los días venideros) con ánimo esperanzado, este 2017 es otro año más en que no vemos – ni siquiera avizoramos- ningún acontecimiento importante para celebrar, apenas logros menudos, pero sí, en cambio, infinidad de problemas para abordar, debatir y, sobre todo, para encontrarles y exigir muy urgentes vías de solución, ya que se trata de conflictos que nos envuelven a todos sin excepción -hasta a quienes imaginan hallarse al margen- y que reducen drásticamente la calidad de vida tanto como ensombrecen las perspectivas tendidas hacia el futuro.
Tenemos ante nosotros muchísimo material para la reflexión con el fin de que las soluciones que se apliquen no resulten improvisadas, o meros experimentos de esos que con lamentable frecuencia empeoran lo que pretendían enmendar. Como siempre también, la mayoría de los pronunciamientos de tono ambientalista emitidos por gobiernos, organismos internacionales y empresas, resultan puramente declarativos y la realidad concreta nos muestra un paisaje demasiado diferente.
Contemplar el camino recorrido durante aproximadamente medio siglo permite apreciar la expansión de la conciencia ambiental en la mayor parte de la humanidad, así como también el positivo crecimiento en espacio y en calidad de la información sobre las cuestiones que le atañen.
No obstante esa mayoría, existen sectores, minoritarios quizás, pero que concentran el mayor poder (políticos, dirigentes y lobbies empresarios) que ven al cuidado ambiental como a una amenaza directa a sus intereses, se oponen férreamente a abandonar sus prácticas destructivas y, en pos del lucro exacerbado, insisten en ellas con ánimo suicida, a la vez que atacan y desacreditan por todos los medios a quienes se les oponen.
Como decíamos: no es un ánimo de fiesta lo que prima en estos tiempos sino, antes bien, una honda preocupación y una actitud vigilante y activa de mucha, muchísima gente, que ya no se resigna a permanecer como mera observadora de la codiciosa destrucción que se le aplica a éste, su hogar en el universo, sino cada vez más movilizada, dispuesta a reunirse con sus pares en organizaciones civiles y a tomar protagonismo frente a una crisis ambiental y global que sólo roza a veces, y muy levemente, los discursos de quienes ejercen el poder pero no se hacen cargo de sus responsabilidades –salvo rarísimas excepciones- en una materia tan decisiva como es la cuestión de la supervivencia humana y de la conservación y protección de los otros seres vivos y del ambiente en el que todos interactuamos y en el cual nuestra especie no tendrá futuro sin esos “demás” con los que se halla infinita y más entrañablemente interconectada y dependiente de lo que es capaz de reconocer.
Nuestra felicidad y energía brotan, por supuesto que no de tantos hechos que nos abruman, sino de la gratísima sinergia con nuestros pares, de aquí y de todo el planeta, dispuestos a perseverar juntos en la defensa de la casa en común que habitamos en el Universo y de los maravillosos dones que ella cobija.

Ejemplar de hornero (Furnarius rufus) junto a su característico nido. Foto: Silvia Enggist

sábado, 29 de abril de 2017

ESTAMOS ACOMPAÑADOS

Clara Riveros Sosa

Ya hemos llegado a ser más de 7400 millones (sí, más de siete mil cuatrocientos millones), los humanos claro está, los habitantes de este planeta ¿Más de siete mil cuatrocientos millones los habitantes de este planeta? Expresado así, grave error que implica bastante soberbia, porque no estamos solos: hay aproximadamente unos dos millones de especies de seres vivos (animales, vegetales y hongos), tan terrícolas como nosotros y con quienes –de buena o mala gana-compartimos este hábitat global. Para más, hay que tener en cuenta que a cada rato se descubren nuevas especies y subrayar que cuando decimos “dos millones”, sólo es una lejana estimación y que, además, nos estamos refiriendo solamente a especies (como cuando decimos “especie humana”), mucha atención, porque es incontable el número de individuos que abarca a su vez cada una de esas especies. Y de esos dos millones de especies -en los que no figura la nuestra-, alrededor de un millón y medio de ellas corresponden a animales. Y repito: tan sólo de especies animales, no de su inconmensurable cantidad de individuos, así que ¡estamos rodeados!
Aparte del número, que hace que los animales nos superen arrasadoramente, también nos ganan, y con mucho, en antigüedad y experiencia en esto de vivir en la Tierra. Con tal idea en mente, si en estos días nos acercamos a ríos o lagunas de nuestra zona y alcanzamos a ver unos yacarés semisumergidos –astutamente asemejados a troncos- o calentándose al sol en las orillas, o si observamos alguna tortuga en trance de enterrarse para pasar el invierno, deberíamos mirarlos con absoluto respeto y preguntándonos con necesaria curiosidad cómo lo hicieron, desde que sabemos que unos y otras todavía están acá pese a que vienen existiendo desde mucho antes que los dinosaurios. Podemos pensar que si la naturaleza insiste en seguir “fabricando” estos antiguos modelos, parece probable que sea porque les resultaron sumamente exitosos y supieron sortear indemnes los tremendos avatares de toda índole que les depararon estos últimos...millones de años.
El sábado 29, Día del Animal, además de rendir tributo a nuestros antecesores y acompañantes en la Tierra, reconozcamos la indisoluble conexión que mantenemos con ellos, relaciones que, como otras tantas en este mundo, con frecuencia se vuelven invisibles pese a su importancia, fortaleza y cercanía.
Incontables equilibrios dinámicos, imprescindibles para la Vida en la Tierra, dependen de la existencia en salud de una multitud de especies animales que van desde las ballenas azules (el mayor de los animales actuales) hasta los imperceptibles microbios. Las bacterias -tan demonizadas por los fabricantes de antisépticos y desinfectantes- comprenden tanto a las que transmiten una extensa gama de enfermedades como a las que descomponen los restos biológicos contribuyendo así a sanear el ambiente, y a las que viven dentro de nuestros cuerpos y sin las cuales éstos no podrían cumplir innumerables funciones, al extremo de que si su población se ve disminuida (por ejemplo, como resultado de algún tratamiento o por consumo de antibióticos) los médicos toman medidas urgentes para reponerlas. Como en este caso, en la vida cotidiana no somos capaces de notar ni valorar los aportes de ciertos animales hasta que algunos se extinguen o su número se aminora de tal modo que terminamos sufriendo las secuelas de su desaparición, justamente la extinción de aquéllos a quienes ignorábamos o nos resultaban indiferentes, o que incluso, quizás, no nos caían nada bien. Es más, las extinciones, en muchos casos, ponen en evidencia que las especies ejercen entre sí un control mutuo y, cuando desaparece este mecanismo natural, se hace necesario recurrir a modalidades artificiales que no siempre resultan inocuas.
En el rubro de bichos que miramos con desagrado se ubican –entre muchísimos más- los murciélagos, las hormigas junto a la mayoría de los insectos, las víboras y otras especies nada encantadoras, al menos en principio. Sin embargo, cuando los biólogos nos ponen los conocimientos en su lugar, descubrimos la importancia de su conservación y cuidado. Como si fuera poco, gran cantidad de animales, incluyendo a algunos que creemos poco relevantes, o que sentimos decididamente antipáticos, resultan sujetos fundamentales de observaciones científicas abiertas a un sinnúmero de avances sustanciales y posibles en campos de lo más variados. Y recordemos la raigambre que tienen los animales en todas las culturas y cuánto juegan como fuente de inspiración en las artes y las tecnologías.
Lo lamentable es que para permanecer en este mundo la vida silvestre necesita de modo imprescindible que conservemos sus espacios vitales, esos mismos que minuto a minuto estamos reduciendo miserablemente y destruyendo al precio de perjudicarnos también como humanidad.
Mencionamos en último lugar a los animales domésticos porque son los más notorios, particularmente para los habitantes urbanos que convivimos con ellos, y por ser los que concitan más atención y cuidados, aunque sean tantos también los que concluyen maltratados o abandonados, enfrentándonos con la realidad de que, con frecuencia, los humanos no somos tan humanos como pretendemos ser, ni siquiera con los animales que nos brindan compañía, afecto incondicional, diversión, emoción, defensa y lealtad. Como para aprender siquiera un poquito de ellos.


Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales”.
Mahatma Gandhi

Monjita blanca (Xolmis irupero). Foto: Silvia Enggist


miércoles, 19 de abril de 2017

LOS DÍAS DE ABRIL

Clara Riveros Sosa

Últimamente, casi todo el país se encuentra afectado por una temporada sumamente lluviosa, plena de vaivenes meteorológicos con episodios repentinos, sobresaltos e inconvenientes varios, que en muchos lugares han desembocado en verdaderas catástrofes. Las características de estos días superan las que son propias del otoño porque se han instalado desde mucho antes. Las graves situaciones planteadas quizás se deban a que la mayoría de la gente -particularmente quienes tienen la capacidad de tomar decisiones importantes- no se ha tomado demasiado en serio la cuestión del cambio climático.
Tal es el panorama de este abril de 2017, mes abundante como pocos en jornadas conmemorativas referidas al ambiente: el 19 es el Día del Aborigen Americano, el 22 se conmemora el Día Mundial de la Tierra, el 26 se cumple otro Aniversario del Accidente Nuclear de Chernobyl (1986) y el 29 es en nuestro país el Día del Animal.
De todo lo mencionado, casi nada hay que festejar. Por eso mismo, Naciones Unidas auspicia este año la campaña denominada «Alfabetización ambiental y climática», lanzada por la ONG Earth Day Network en el entendimiento de lo muchísimo que falta hacer en este campo. Mientras tanto, la UNICEF (organización de las Naciones Unidas para la Infancia) proporciona materiales informativos y de apoyo para formar a los niños en la comprensión y en la manera de afrontar esta cuestión. La UNICEF manifiesta su convencimiento de la necesidad de una Educación sobre el Cambio Climático y el Ambiente y de que ésta se puede integrar al diseño, a la ejecución y a la práctica de las escuelas, muchas de las cuales, en varios sitios del mundo, ya están incorporándola a sus planes de estudio.
El 22 de abril, Día Mundial de la Tierra, debería ser ocasión de celebrar a este planeta hospitalario, diverso y tan a la medida de sus habitantes que fuera de él no podríamos sobrevivir sino por medio de artificios incómodos y sumamente complejos…y no por mucho tiempo. Como para manifestarle nuestro profundo respeto. Eso es justamente lo que hacían los pueblos originarios cuyo día se celebra sólo setenta y dos horas antes del Día de la Tierra. Para aprovechar los bienes de la naturaleza tomaban precauciones, pedían permiso a las divinidades protectoras y luego les demostraban su agradecimiento. Las etnias que fueran nómadas o trashumantes al retirarse de una zona permitían con ello la restauración de los ambientes que abandonaban, en tanto que los pueblos sedentarios, obtenían y conducían agua, cultivaban y criaban animales de acuerdo con su entorno y a favor del mismo, no en su contra, aplicando ingeniosas tecnologías que, cuando no fueron posteriormente destruidas o abandonadas, aun siguen en vigencia tantos siglos después. Los creadores de esas culturas, discriminados y empobrecidos, hoy van en pos de su imprescindible reivindicación.
Lo que le hacemos a nuestros semejantes es fiel reflejo del trato que le damos a la Tierra. Ahora nos cuesta retomar el pulso de este planeta/hogar e integrarnos a sus ritmos, porque, además de que la humanidad se ha vuelto mayoritariamente urbana y ajena a la naturaleza, lo que hoy entendemos por “naturaleza” ya no es lo que fue en tiempos lejanos, tan profundamente intervenida y afectada como está (en ocasiones de modos no fácilmente visibles para el observador distraído) o definitivamente arrasada por las acciones de nuestra especie, aun por aquéllas desarrolladas a muy largas distancias de esos que consideramos espacios “naturales”.
N    No alcanzan incontables páginas para anotar todos los desastres que hemos desatado. La sola mención de Chernobyl que aconteció el 26 de abril de 1986 y sumarle el accidente nuclear de Fukushima, Japón, ocurrido el 11 de marzo de 2011 (posteriormente al terremoto y al tsunami), nos da por resultado apenas dos botones de muestra. Evidentemente no estamos celebrando a la madre Tierra que nos sostiene y necesitamos con urgencia volver a escuchar su pulso -el pulso de la Vida- y a conectarnos con sus ritmos. El efecto bienhechor de restaurar esa relación, aunque sea temporalmente, lo apreciamos en las vacaciones, en un fin de semana y hasta en un instante de recreo, si no ¿por qué elegimos en esas ocasiones salir al campo, caminar por playas y bosques, bañarnos en ríos y mares, trepar a una montaña, sentir en la cara el aire fresco, deslizarnos por la nieve, admirar la majestuosidad de un glaciar o de unas cataratas o el salto increíble de una enorme ballena, y , hasta mínimamente –lejos de tanta espectacularidad paisajística- reunirnos a tomar unos mates bajo la generosa sombra de un árbol, emocionarnos ante los brotes de las semillas que sembramos en una maceta o con el repentino canto de un pájaro en la ventana?
Realizando observación de aves silvestres en el patio de las escuelas rurales, luego de las charlas dictadas por el COA Guaicurú en el 2016.






miércoles, 22 de marzo de 2017

DE AGUA SOMOS

Clara Riveros Sosa

Es inevitable que permanentemente estemos hablando del agua y que, de uno u otro modo, explícito o  más o menos oculto, ella esté presente en todas las actividades y preocupacioneshumanas. Ocurre así porque somos absolutamente dependientes de ella. Vivimos en el planeta del agua, y la vida -tal como la conocemos y entendemos- resulta imposible en su ausencia.
Somos seres acuáticos desde la concepción hasta el momento de nacer, y, siempre, es agua nuestra masa corporal en alrededor de sus tres cuartas partes. Sin beber, la vida se nos escapa tan sólo en horas. Además de una necesidad es un placer pescar, jugar en el agua líquida o en la nieve, bañarnos, nadar, refrescarnos, bucear, navegar, patinar, chapotear, contemplar sus múltiples manifestaciones en la naturaleza (mares, lagos, ríos, vertientes, cataratas, nubes, glaciares, campos de hielo, témpanos, lluvias, nevadas, géiseres, charcas y humedales) o en sus versiones domesticadas de acequias, estanques, fuentes y surtidores. Es imprescindible para que prosperen los alimentos que cosechamos, para cocinarlos, para el aseo y para que funcionen las industrias.
Visión y trato cotidiano nos borronean toda perspectiva; por eso, únicamente si nos apartamos y nos detenemos un tanto a reflexionar, apreciaremos en toda su dimensión que el agua es en verdad una rara sustancia mineral de condiciones y propiedades físicas que casi parecen mágicas por lo completamente diferente de cualquier otra de la naturaleza.
El agua es siempre la misma y está presente en el planeta en la misma proporción desde hace millones de años, reciclándose continuamente sin requerir la intervención humana. Tanto hemos interferido en su ciclo –como en tantos otros de la Tierra- que hoy queda en nuestras manos la urgente obligación de preservarla, detener su contaminación, derroche y uso ineficiente, atendiendo a su justa administración y distribución equitativa.
Si el agua significa vida, disponer de ella se constituye en un derecho humano básico y, como tal, debe ser protegido de caer en la ávida manipulación comercial, lo que nos obliga a estar en alerta y a luchar contra su privatización, que a veces adquiere formas disimuladas. Si el estado no resulta buen administrador al menos tiene caras visibles y da la oportunidad –aun trabada con arduas dificultades- de exigir y de participar.
Actualmente preocupan mucho, en todo el mundo y localmente, tanto la contaminación del agua por tóxicos agrícolas e industriales como los bruscos y repentinos cambios meteorológicos provocados por el cambio climático global y que afectan particularmente a nuestra región, muy vulnerable a estos eventos de sequía e inundación incrementados por la deforestación que aquí se consuma día tras día, así como por los drásticos cambios de uso de la tierra. Como si fuera poco, dentro de las numerosas vicisitudes que padecen los grandes ríos que tenemos tan próximos, éstos se encuentran jaqueados por la amenaza siempre pendiente de la construcción de más represas, las que se extienden sumergiendo las que fueran buenas tierras de cultivo, preciadas áreas naturales colmadas de biodiversidad, territorios indígenas, zonas turísticas, ríos de importancia pesquera, yacimientos arqueológicos, pueblos y ciudades contemporáneas, cementerios y lugares sagrados.
Se sabe que es importante la cantidad de metano que las represas aportan al recalentamiento planetario, (gas emanado por la biomasa que se descompone en su fondo), y que son también importantes y sumamente graves las enfermedades que prosperan gracias a estos grandes embalses, especialmente cuando se localizan en regiones cálidas (como es el caso de la esquistosomiasis, no por nada llamada “mal de las represas”). No enumeramos aquí todos los problemas que causan estas obras, pero la generación de energía que producen nunca alcanza a compensarlos, y más aun, con frecuencia se queda muy atrás, con su inmensa e irreversible huella. Dicho esto sin olvidar el destino en permanente riesgo de los valiosos humedales y acuíferos ni la contaminación minera que baja de las montañas.
Igualmente preocupante es la situación de los glaciares en marcado retroceso, con la sola y feliz excepción -hasta ahora- del Perito Moreno. No es difícil darse cuenta de que, a menos deshielo y menos nieve, menos agua tendrán los ríos, y a temperaturas más altas, habrá mayor evaporación. A esto se añade que la nieve y los hielos ya no estarán presentes para refractar como blancos y brillantes espejos la luz y el calor del sol, sino que las montañas que habrán quedado desnudas con sus rocas oscuras, absorberán el calor, elevando la temperatura e incrementando así el derretimiento y la evaporación con el consiguiente colapso de represas y canales de regadío.
Lejos de la cordillera, muchos ni sienten ni recuerdan que todo esto está sucediendo. La diaria convivencia con el agua no debe hacernos perder de vista –nunca- el valor esencial del enorme y maltratado humedal (*) en que vivimos y, dentro de él, a nuestro degradado río Negro y a las disminuidas lagunas que aun nos acompañan y que son apenas un vestigio de un pasado perdido de anchísima extensión y de esplendor natural.

(*) Humedales Chaco, dentro de la Convención Internacional Ransar.

Niños pescando. Foto: Patricio Cowper Coles